Dos miradas

El monolito

JSOEP MARIA FONALLERAS

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Hace unos días escribí un tuit en el que expresaba mi indignación porque en la lápida de piedra que se levantó en recuerdo de las víctimas del accidente de los Alpes no hubiera lugar para la lengua catalana. Grabado en letras doradas, el monolito hace memoria (lugar de peregrinaje, experiencia íntima del dolor) de todos los que perdieron la vida en el avión estrellado. Me contestaron y me llamaron «enfermo». Pensé en eso un rato. ¿Era fruto de la enfermedad patriótica que, entre la desesperación general, encontrara indigno que el catalán no figurase en la piedra del memorial al lado del inglés, el alemán, el castellano y el francés? ¿Cómo se puede estar pendiente de una minucia como esta en un momento tan triste?

Llegué a la conclusión de que no estaba enfermo, de que mi queja no era una frivolidad. Y más después de la nota de pésame -escrita en un catalán correctísimo- que Lufthansa publicó en la prensa. ¿Por qué? Por el respeto que debemos a las personas que murieron y que habían vivido en catalán, que habían hablado y amado y llorado en catalán con sus padres y sus hijos. Porque se demostraba que el catalán no solo es menospreciado como lengua propia de un Estado (el español, que debería defenderlo) sino que tiene muy poco predicamento en Europa. No estamos hablando de soberanías y reivindicaciones políticas, sino de una simple, civilizada y digna manera de vivir en este mundo. Y de morir en él.