Y Messi levantó el puño

Messi celebra con rabia el 2-3 ante la grada de Mestalla después del lanzamiento de una botella que golpeó a Neymar.

Messi celebra con rabia el 2-3 ante la grada de Mestalla después del lanzamiento de una botella que golpeó a Neymar. / periodico

DAVID TORRAS

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Iniesta salió llorando del campo y Messi con el puño en alto, y entre esas dos escenas, entre el dolor de alguien que no debería sentirlo nunca y la rabia de quien parece no enfadarse nunca, el Barça vivió en una montaña rusa, demasiado incontrolable para un equipo que hace tiempo que no necesita jugar bien para ganar. No debe avergonzarse por ello, pero es difícil que todos los culés se sintieran orgullosos si este estilo fuera la norma y no la excepción. Hay quienes han convertido este camino en una seña de identidad y se diría que preferirían ganar todos los grandes partidos más allá del minuto 90, encantados de lo que consideran un rasgo de distinción por encima del juego, al revés de lo que ocurre en el Camp Nou, más cerca siempre de la estética que de la furia.

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Pero ningún culé dejara de celebrar la victoria de Mestalla, uno de los campos menos gratos y que en la escala de unos cuantos está incluso por delante del Bernabéu, y mucho menos después de ver caer a Iniesta y revolverse a Messi como no lo hace en la vida. Los más queridos, los más intocables, la pareja que desearían que se mantuviera por los siglos de los siglos y que representa como nadie el Barça ideal, sacudida por el dolor y la rabia. Así que hay triunfos que se celebran sin miramientos y más cuando la imagen que se impone es la de Messi levantando el puño, un gesto desafiante desconocido en él, capaz de no decir ni mu después de un hat trick.

Tampoco abrió la boca mientras Diego Alves se le plantó delante y no dejó de incordiarle, en una actitud que el mundo del fútbol asumirá con toda naturalidad, en ese acto tan hipócrita de interpretar según que gestos a conveniencia de cada uno y que hace que el portero sea un pillo por esa ceremonia de distracción y Neymar un chulo provocador cuando hace un sombrero por más que le cosan a patadas. El brasileño, que a menudo pierde por la boca la fuerza que le da la pelota, volverá a estar en el centro de los focos y es probable que, como otra veces, se haga más ruido con su desafío a la grada que con una agresión injustificable. De la misma manera que el fuera de juego de Suárez en el 0-1 pasará por encima de la calamitosa actuación de Undiano, que trató igual a Enzo Pérez Mario Suárez que a Messi. Una amarilla para todos.

En medio del volcán de Mestalla, Leo se comportó como un bloque de hielo, ajeno al palique de Alves y al ruido de la grada, y liquidó el partido como hizo ante el City. El 10 está por encima de todo y en tres días ha destrozado el plan de Guardiola y el de Prandelli, cuando en el fondo no estuvieron tan lejos de encontrar lo que buscaban. Pero los dos sabían que su suerte estaba en los pies del mejor. Que es él quien siempre acaba decidiendo y que, cuando alguien resbala es el primero en llegar, y que en el minuto 93 no falla frente a alguien que para la mitad de los penaltis que le chutan.

Después de tanta palabrería, cualquier otro habría celebrado el gol ante sus narices. Él, no. Eso sí, rugió cuando tocaron a Neymar. Y acabó levantando el puño, la señal para que cualquier  culé se sienta tan orgulloso como él de ganar. Messi siempre está ahí. Pero, después de la celebración, el Barça debería preocuparse por reencontrar el camino del que cada día se va alejando.

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