Matar a los gamberros

Asesinar a Wolinski y a Cabú es darle la puntilla a una época y a un espíritu

Matar a los gamberros_MEDIA_1

Matar a los gamberros_MEDIA_1

RAMÓN DE ESPAÑA

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

No hay nada más peligroso que un imbécil con ansias de trascendencia. De ese sector social se nutría antes ETA y ahora el terrorismo islámico. Puede que tú no seas más que un merluzo desorientado que escucha rap, luce gorra de béisbol con visera hacia atrás y llega a fin de mes trapicheando hachís, pero si te atrapa el demente adecuado puede convertirte en un soldado de Alá que, convenientemente desprovisto del más mínimo sentido del humor, se cuele un día en la redacción de un semanario gamberro y abra fuego contra todo.

El humor gráfico francés no pasa por sus mejores momentos -al igual que en el resto de Europa- y Charlie Hebdo es, para los que ya tenemos una edad, el pálido reflejo de otra época más amena, irreverente y divertida: esos años 60 y 70 del pasado siglo en los que la revista Hara Kiri sembró el pánico entre los biempensantes con un humor bestia a más no poder del que el ejecutado Wolinski fue uno de los principales pilares. El también eliminado Cabu era otra cosa: una especie de hippy bienintencionado cuyo álbum Le grand Duduche (aquí El extraordinario Pepe) es uno de los mejores recuentos de las alegrías y desdichas de la adolescencia que uno haya leído jamás. De los dos, Wolinski era sin duda el más gamberro, en el mejor sentido de la palabra, aunque sin llegar a las alturas del hace años fallecido Professeur Choron, que si no acababa la jornada detenido por los gendarmes por escándalo público la daba por perdida. Matar a Wolinski y a Cabu es darle la puntilla a una época y a un espíritu, aunque los responsables no sean conscientes de ello. Estos dos ancianos eran de lo poco que quedaba de un París libertario y sesentaiochista que atacaba la mojigatería, celebraba el sexo salvaje y sacaba de quicio a los intolerantes. En aquellostiempos anteriores al sida, la yihad y Marine Le Pen, lo máximo que le podía pasar a un dibujante era que lo llevase a juicio una asociación de meapilas o de veteranos de guerra. Ahora, si no le haces gracia a según quién, dos cretinos se te presentan en casa y te vuelan la cabeza.