La lucha por la conciliación

Mamá alcaldesa

La maternidad de Ada Colau reaviva el debate sobre la crianza de los hijos en el entorno laboral de hoy

Ada Colau con su hijo

Ada Colau con su hijo / EFE / ALBERTO ESTEVEZ

ESTHER VIVAS

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«Si quiere ser madre, que se vaya a casa y se olvide de ser alcaldesa». Lo dijo una tertuliana, que para más inri iba de feminista, justo cuando Ada Colau acababa de ganar las elecciones municipales y confesaba que lo que llevaría peor sería pasar poco tiempo con su hijo. Ahora que Colau acaba de dar a luz por segunda vezColau , el debate se plantea de nuevo. ¿Se puede ser madre y alcaldesa? Hay quienes creen que no, especialmente si se quiere dedicar tiempo a los hijos.

Para quienes así hablan, el problema no es un cargo ni una institución que impiden y hacen casi imposible la conciliación entre la vida política y personal, sino el hecho de expresar en público esta queja. Ser alcaldesa conlleva unas responsabilidades importantes y compromisos que no tienen horario, pero ¿esto debe ser incompatible con la crianza? El cuidado de las criaturas, para algunos, que incluso se visten de progresistas, debería estar relegado al hogar, a la esfera privada e invisible.

CUIDADOS IMPRESCINDIBLES AMENAZADOS

¿Qué sociedad vamos a construir si aquellos que están al frente de las instituciones dan la espalda a la maternidad? Y digo maternidad entendida como el ejercicio de cuidar y cuidarnos, independientemente de quien la ejerza, sea mujer u hombre, así es como la define la filósofa Carolina del Olmo en su libro ¿Dónde está mi tribu? Un trabajo de cuidados imprescindibles para el sostén y la reproducción de la vida (¿se imaginan un mundo sin alguien que nos cuidara de bebés, de mayores, al estar enfermos?), pero amenazado en una sociedad capitalista, mercantilizada e individualista como la actual.

Ada Colau no es la primera mujer que tiene una criatura ejerciendo un cargo de máxima responsabilidad institucional, y aún menos la única que lo desempeña siendo mamá. No olvidemos a Susana Díaz Carme Chacón embarazadas al frente de la Junta de Andalucía o del Ministerio Defensa, respectivamente, o a Soraya Sáenz de Santamaría, que asumió el cargo de vicepresidenta del Gobierno pocos días después de dar a luz. La diferencia reside en que mientras ellas fingieron que no había problema alguno, y afirmaron que conciliaban con normalidad, Colau expresa su malestar por la dificultad de compaginar su cargo con el hecho de ser madre.

CAMBIAR LA MIRADA Y LAS DINÁMICAS

«Tenemos que feminizar las instituciones, cambiando sus ritmos y prioridades», que sean compatibles con la vida personal y familiar, ha reivindicado la alcaldesa. No se trata solo de poner más mujeres, sino de cambiar la mirada y las dinámicas. «Ni una campaña electoral ni la política institucional están hechas para conciliar», ha sentenciado, asegurando que esto limita la participación de las mujeres. Se trata, como en alguna otra ocasión ha afirmado, de «poner la lógica de los cuidados por encima de la especulación o de los intereses económicos a corto plazo», defendiendo una política  que no se olvide de aquello que se supone propio del ámbito privado.

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En el mundo de los partidos y los cargos públicos, las criaturas solo son bienvenidas para sacarse fotos en campaña electoral. ¿Qué sucedió cuando la diputada de Podemos Carolina Bescansa apareció en el Congreso de los Diputados con su bebé de seis meses en brazos y le dio de mamar en el escaño? La indignación entre determinados sectores fue máxima. «Que lo lleve a la guardería del Congreso, que para eso está», exclamaron algunos. Hay quienes no soportan que las mujeres decidamos cómo y dónde criar. La maternidad está bien vista y aceptada siempre y cuando se limite al ámbito del hogar y a lo individual (que cada una se las arregle como pueda, es lo que quieren) y no cuestione las dinámicas del trabajo productivo, el modelo socioeconómico ni el sistema patriarcal.

LA PUNTA DEL ICEBERG

El debate sobre la maternidad y el ejercicio de la política no debería quedarse ahí. Se trata de la punta del iceberg de una discusión mucho más de fondo sobre el papel de la maternidad y la paternidad en la sociedad, y su casi imposible encaje con unos exiguos permisos de 16 semanas para ellas y 4 para ellos, y unos empleos cada día más precarios, mal remunerados, con jornadas interminables y horarios flexibles. Lo padecen miles de mujeres y hombres anónimos, mamás y papás currantes, cuyas odiseas cotidianas no merecen la atención de nadie ni generan debates públicos.

Visibilizar y dar centralidad a la maternidad, la crianza y los cuidados es lo que tanto molesta. No es el hecho de ser madre en sí, sino una determinada manera de entender cómo serlo.