El alquiler en la 'economía colaborativa'

Los señuelos de Airbnb

El caso de BCN desmiente que el 'home sharing' favorezca el derecho a la vivienda y genere descongestión

ALAN QUAGLIERI DOMÍNGUEZ

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Las protestas que se producen en Barcelona y otras ciudades europeas por los efectos de la masificación turística y el problema de la vivienda han puesto en el centro del debate el caso de Airbnb, un fenómeno cultural y económico que surgió en el 2008 en San Francisco (EEUU) cuando a dos compañeros de piso, ambos en paro, se les ocurrió una idea para hacer frente a una subida del alquiler: el subalquiler turístico. Una idea nada nueva pero que en pocos años, y con muchos millones de dólares inyectados por grandes fondos de riesgo, se ha convertido en el principal operador mundial en el sector del alojamiento turístico y en uno de los estandartes más visibles de la llamada economía colaborativa

En tiempos de crisis, explica el discurso oficial, la necesidad de muchos ciudadanos de sostener sus maltrechas economías familiares y mantenerse en sus domicilios ha sido el motor de este éxito. El denominado home sharing se configuraría así, frente a la progresiva inhibición del sector público, como un nuevo y necesario modelo de Estado del bienestar. «Somos la solución, no el problema», repiten como un mantra los representantes del coloso digital. Una afirmación que no se limita a la promesa de hacer efectivo el derecho a la vivienda de quienes no pueden pagarla, sino que apunta también a la capacidad de favorecer una distribución de la actividad turística más sostenible, y así descongestionar las áreas más saturadas. Barcelona, ciudad donde los dos problemas son cada vez más pronunciados, vendría a ser, por lo tanto, un banco de prueba de las virtudes del modelo. Pero la verdad queda muy lejos. El informe sobre la evolución de la renta familiar publicado por el Ayuntamiento el pasado diciembre confirma la agudización de la brecha entre ricos y pobres y dibuja un mapa de la ciudad cada vez más polarizado. A pesar de las premisas con las cuales se presenta el modelo de Airbnb, la estructura de su oferta no parece reproducir en absoluto una geografía de la necesidad. En cambio, la relación con el mapa de la industria del alojamiento turístico convencional es más que sospechosa, como ilustra la página www.insideairbnb.com.

EL PRIVILEGIO DE LA UBICACIÓN

Dos ejemplos: Nou Barris, distrito símbolo de la lacra de los desahucios, concentraba en enero de este año solo el 1% de los anuncios en la ciudad, mientras que Ciutat Vella y el Eixample juntos superaban holgadamente la mitad del total, añadiendo así miles de plazas a la intensa oferta hotelera existente. Es decir, la oferta sigue estando condicionada por la demanda, y en este sentido los beneficiarios del modelo no parecen ser los más necesitados sino los más competitivos: son las reglas del mercado.

El privilegio de la ubicación es un aspecto relevante, pero no el único. La propuesta estética de la vivienda y el perfil sociocultural del anfitrión son otros elementos clave para vender un servicio de alojamiento como una «experiencia». Analizando la oferta saltan a la vista, por ejemplo, la escasa presencia de hogares con niños y la diferente participación de los diversos grupos de migrantes. Es significativo que en el Raval los vecinos de origen asiático y africano -un tercio de los residentes- tienen un papel anecdótico, mientras ocurre lo contrario con los migrantes procedentes de países occidentales, que pueden brindar afinidad sociocultural e intimidad cosmopolita a clientes que quieren vivir la ciudad like a local.

UNA CIUDAD A DOS VELOCIDADES

El Raval es también uno de los barrios donde más ha subido el precio de la vivienda desde que el mercado presentó los primeros síntomas de recuperación y empezó, como la renta familiar, a esbozar una ciudad a dos velocidades. Entre el 2012 y el 2015, el precio ha crecido aquí un 21%, cuatro veces más que la media de la ciudad pese a una pérdida mayor de población. En esta línea se sitúan también el Casc Antic, Gràcia, el Poble Sec y otras áreas emergentes. El caso más representativo, sin embargo, es el del Gòtic, donde en tres años el precio ha subido un 47% mientras que la población residente ha perdido 1.424 locales, un 8% del total.

Se trataría de una situación paradójica si no se considerara que en barrios de vocación turística una parte de la demanda residencial simplemente es sustituida por otra con mucha mayor capacidad de gasto, es decir, mucho más competitiva. El turismo no lo explica todo, pero sí puede acelerar ciertas dinámicas y alimentar los conflictos, sobre todo en las áreas más turísticas, que en el caso de Barcelona, además, presentan a menudo un tejido vecinal tradicionalmente popular y relativamente frágil frente a las presiones del mercado.

Esto es lo que pasa si se impulsa el desarrollo de una parte cada vez más importante de la oferta total de alojamiento turístico dentro del limitado parque de viviendas de estos barrios, como en definitiva promueve el modelo colaborativo de Airbnb: para hacer frente a la ineficiencia de un mercado al que ya hemos encomendado el deber de hacer efectivo el derecho a una vivienda asequible, habría simplemente que... ampliar el mercado. Tras 30 años de políticas neoliberales, esta hipótesis solo puede considerarse una simpática provocación.