Al contrataque

Los escritores

MILENA BUSQUETS

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Soy escritora. Me ha costado mucho llegar a reconocerlo y todavía no soy capaz de decirlo sin cierto sonrojo (me sigue pareciendo un atrevimiento y una barbaridad afirmar que me dedico a lo mismo que Juan MarséEduardo Mendoza o José Agustín Goytisolo, por ejemplo), pero ya puedo escribirlo sin morirme de vergüenza (durante mucho tiempo en los formularios y en los papeles oficiales seguía poniendo que era arqueóloga, que es la carrera que estudié en la universidad).

Pero no soy periodista. Lo cual significa que casi todas las cosas que ocurren en el mundo me interesan, claro, y me apasionan, me sobrecogen, me sulfuran o me deprimen, según el día, pero no son mi material de trabajo. Mi intención no es explicar el mundo, ni mucho menos intentar cambiarlo (ni desde esta columna que hoy inauguro, ni desde ningún otro sitio que no sean las urnas, a las que acudo cada cuatro años o cada cuatro meses, a menudo medio asqueada pero siempre obediente y optimista).

Yo me dedico a las minucias. Puedo explicarles cómo va vestido mi quiosquero según las estaciones del año y el agujerito que tiene (y nunca remienda aunque yo me burle de él cada vez) en los mitones pardos que lleva a primera hora de la mañana, y sé de qué humor está por la música que pone cada día (básicamente jazz, tiene un gusto musical mucho más exquisito que el mío).

También les puedo contar que la chica más guapa de mi barrio es la mendiga que se sienta a la entrada de la panadería y que le doy dinero cada vez que me mira, no porque me dé pena o me sienta culpable, sino porque tiene una sonrisa radiante que algunos días me calienta el corazón.

También sé qué ventanas son las que se iluminan primero (y en qué orden lo hacen) cuando anochece delante de mi casa.

ESCENAS DE BARRIO

No intento explicar la sociedad (no sé lo que es la sociedad), tampoco aspiro a ser portavoz de ninguna generación (cuando en el diario 'Le Monde' saludaron mi novela como la novela de una generación, pensé que no la habían leído bien), intento explicar lo que veo por el barrio porque en mi barrio, en cualquier barrio, cabe el mundo entero. Los ojos de un hombre recorriendo un rostro femenino como si fuese el mapa del tesoro. El dálmata de los vecinos que siempre se escapa. El suicida de la silla de ruedas eléctrica bajando a toda castaña por entre los coches mientras los que estamos en el bar desayunando nos llevamos las manos a la cabeza.

aspiro a no aburrir. En la casa de energúmenos alocados en la que crecí se consideraba de pésima educación aburrir al personal. Mi amigo Sergi Pàmies asegura que cuando mejor escribo es cuando escribo de cintura para abajo. Pues eso. Ahí vamos.