Los cínicos aún están equivocados

ALBERT GUASCH

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Barack Obama acababa de listar una serie de cifras optimistas sobre el estado de la Unión y suponían una invitación a una retumbante ovación, que evidentemente no llegó. «Estas son buenas noticias, gente», exclamó fardón, como si improvisara. No fue el único fragmento en que el presidente norteamericano sacó su orgullito ante una audiencia mayoritariamente republicana y, por tanto, poco receptiva. Como si estuviera de vuelta, como si fuera muy consciente de que nada de lo que propusiera recibiría el beneplácito del CongresoObama fue bastante a la suya. Por fin un presidente libre.

Obama dispara ahora sus flechas contra la desigualdad, causa noble y contemporánea. Selladas ya las principales vías de escape de la economía norteamericana, musculada de nuevo, Obama parece buscarse a sí mismo, el de los discursos bellos, el de los libros frondosos, el que empatiza con las clases medias y las menos favorecidas. A dos años de despedirse de la Casa Blanca, maniobra para ganarse a los que estuvieron con él desde el principio y puede que para hacer las paces con su conciencia progresista.

Tampoco es que proponga una revolución griega. El 28% de impuestos a las ganancias empresariales que propone se equipararía a la tasa de la mitificada era Reagan, como recordó ayer una cabecera norteamericana. Y exigir un esfuerzo superior a los «súperricos» para una redistribución justa recuerda mucho al soniquete de Al Gore en la campaña del 2000 sobre los privilegios que ostentaba el 1% de la población. «¿Aceptaremos una economía en la que solo a unos pocos les va espectacularmente bien?», preguntó retóricamente Obama.

Calificado por ello como una especie de Robin Hood del siglo XXI, aspira a que la respuesta a esa cuestión marque la recta final de su mandato. Y puede que así sea salvo que un zarpazo terrorista aguarde en una esquina. Dio la impresión de tener ganas de sacar la lengua a los más desconfiados, a los resabiados de la tele, a los que dudan de sus sinceras intenciones de mejorar el día a día de todos. «Aún creo que los cínicos están equivocados», soltó, invocando su pureza, como si escribiera el prólogo de sus selectivas memorias en el despacho oval.