IDEAS

Paradigma interruptus

XAVIER BRU DE SALA

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Grandes y merecidos aplausos para Jordi Évole, por haber levantado la tapadera del incendio del Liceu con entrevistas a dos directores que fueron clave. El primero, Josep Maria Busquets, porque si le hubieran hecho un mínimo de caso, el Gran Teatre habría cerrado antes del incendio para ser remodelado. El segundo, Josep Caminal, porque sin su autoridad cercana al poder convergente, y su sutil y amistosa manera de explotar su complejo de culpa a favor de una reconstrucción modélica, el Liceu no sería la joya que es (fachada de fábrica aparte, pero en eso consistía el impuesto revolucionario de la arquitectura progre barcelonesa).

Busquets topó con la temeraria resistencia convergente a aflojar la bolsa, en tiempos de vacas gordas, que es la causa del incendio (en contraste con la generosidad de un ministro catalán de Madrid, todo sea dicho). No hay que darle más vueltas ni entrar en detalles, porque todos los que contrbuíamos a la toma de decisiones sabíamos que el Liceu era un polvorín. Busquets hizo más de lo que pudo, con la modesta pero infructuosa colaboración de algún responsable político que, como él, predicaba en el desierto pujolista. Renunció asqueado de anunciar la inevitable tragedia: incendio y conmoción.

La segunda parte es de éxito. En los primeros decenios de la democracia, Barcelona se hizo el propósito de ampliar el parque de grandes equipamientos culturales. Aun así, la diferencia entre el brazo de la ambición y la manga de la inversión, entre los planteamientos y los resultados, es, con pocas excepciones, clamorosa. Y si añadimos la indefinición y el recurrente balbuceo estratégico, no nos extrañaremos de tantas crisis y trayectorias erráticas. La gran excepción es el nuevo Liceu, que es espléndido. El artífice, Josep Caminal. Por una vez no se hicieron las cosas a medias en el ámbito de la cultura. Lástima que no sirviera de modelo, ni de precedente, ni, más allá de las puertas del Liceu, de casi nada.