La rueda

Látigo, rezos y humo

El premio Nobel a José Echegaray desató una revuelta intelectual válida para la actualidad

RAMON FOLCH

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En 1904, el dramaturgo José Echegaray, autor de piezas teatrales que no se representan desde tiempo ha, recibió el premio Nobel de literatura, junto a Frederic Mistral, el gran poeta occitano. Hubo un considerable revuelo. Para unos, gente de letras culta y moderna, era un autor menor que no merecía el premio; para otros, carcas mesetarios de toda la vida, era un liberal peligroso al que no convenía honrar. ¿Quién era el hoy olvidado Echegaray?

Pues un ingeniero con ambiciones literarias que también se dedicaba a la política. En efecto, además de escribir melodramas, llegó a ministro de Fomento y de Hacienda, creó el Banco de España y fue durante muchos años catedrático de Física y Matemáticas, primero en la escuela de ingenieros y después en la universidad de Madrid. Un inquieto liberal polifacético, en definitiva.

 Su discurso de ingreso en la Real Academia de Ciencias Exactas (1854), publicado en 1866 con el título Historia de las matemáticas puras en nuestra España, causó un considerable escándalo por la severa crítica al panorama científico español de la época. Osó decir: «He tenido que referir la historia de las matemáticas allí para probar que no la hay aquí (...), donde no hubo más que látigo, hierro, sangre, rezos, braseros y humo (...). La ciencia matemática nada nos debe: no es nuestra; no hay en ella nombre alguno que labios castellanos puedan pronunciar sin esfuerzo».

La Svenska Akademien quería dar el Nobel a Àngel Guimerà, pero optó por el literariamente mediocre Echegaray debido a presiones políticas de los conservadores españoles: antes roja que rota, es bien sabido. Es el insoportable y eterno ritornello

Si queremos liberarnos de látigo, rezos y humo o pronunciar con desenfado cualquier lengua, ya sabemos qué hacer. Nos lo da a entender un Nobel nacido en Madrid, que conste.