La regeneración de la política

Las tres crisis de la España indignada

Para el rearme ideológico de la izquierda, la renovación del PSOE debe ser mucho más amplia y profunda

Las tres crisis de la España indignada_MEDIA_2

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JULIO Jiménez

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La Barceloneta, media tarde. Dos amigos amenizan el encuentro con una discusión sobre política. Uno de ellos abre la veda: «El verdadero problema español es la deuda. Hemos alicatado desde Santa Pola hasta Vinaròs... ¿Qué esperabas? Los alemanes se han cansado de prestar. Party is over». El otro, en desacuerdo, corrige: «¿Y nuestras instituciones? ¿Quién supervisaba a quién? ¿Qué hay de los bancos? ¿Qué hay de nuestra clase política, de las mentiras electorales?» Tras un segundo de silencio, el camarero, con el que guardan una estrecha confianza, se acerca y con precisión les espeta: «Pero oye, ¿vosotros no erais del partido socialista?» Touché.

España está en crisis. Una crisis profunda, extraña, múltiple. Son tres crisis superpuestas que pueden ser ordenadas de mayor a menor impacto mediático-social: la crisis económica; una crisis político-institucional, de disfuncionalidad de las instituciones y de sus representantes, y una crisis ideológica, de ausencia de un partido transformador con una agenda transformadora. Y fíjense en la paradoja. Pese a tal ordenación, para salir de esta crisis general es fundamental recorrer el camino contrario: primero, apuntalar una alternativa política que sea capaz de construir un ambicioso programa reformista; segundo, llevar ese programa a las instituciones y aplicar las mejoras necesarias en defensa del interés general; y por último, revertir la tendencia negativa de la economía a partir de la acción ordenadora del poder público. Veamos.

1. La crisis económica.

De Grauwe predijo, ya en 1998, que la ausencia de una auténtica regulación financiera europea nos llevaría a situaciones de colapso. La burbuja inmobiliaria estalló en el 2008 ante nuestros ojos, despertándonos del profundo letargo en el que nos habíamos sumido a base de crecimiento, inversión en infraestructuras y crédito alemán sin fin. Abrimos los ojos y nos encontramos un panorama dantesco: fuga de capitales en máximos históricos, incertidumbre en las posibilidades de financiación del Tesoro a largo plazo, dependencia de la banca española de la liquidez del BCE al más puro estilo Trainspotting y algunos hitos de dudoso honor: ser primeros en desigualdad de toda la eurozona, segundos en paro juvenil tras Grecia y segundos en población bajo riesgo de pobreza en el ámbito de la UE. Seguro que recuerdan el tan cacareado «Soy español, ¿a qué quieres que te gane?»; la realidad no deja de ser irónica.

2. La crisis político-institucional. Teóricamente, las instituciones, concebidas como organismos de protección del interés público, sirven para advertir y contrarrestar tendencias que nos llevan al dead end social. Sin embargo, nuestros elementos estrictamente institucionales dan claras muestras de deterioro (la cúspide del Poder Judicial, la Corona, el Gobierno o el propio sistema de partidos), cuando no de abierta inutilidad (Senado y Tribunal de Cuentas). Los elementos parainstitucionales no resisten mucho mejor: la virtud cívica, la rendición de cuentas y la asunción de responsabilidades son atributos que se evaporaron hace tiempo de nuestra cultura política. Ello entraña un gran peligro, pues solo cuando las instituciones son sólidas, transparentes y existe la conciencia pública de una pertenencia común sobre ellas puede asegurarse la credibilidad del Estado social y democrático de derecho, con todas sus letras. Si no, la sensación de que el barco se hunde nos dirige irremediablemente a la desazón... o al exilio.

3. La crisis ideológica. Ante este panorama, es indispensable una herramienta capaz de reparar el sistema, hacer las reformas necesarias en el ámbito institucional y económico y devolver a la ciudadanía lo que debería ser de su exclusiva titularidad: el poder. Y solo hay dos opciones: o bien la vía griega de Syriza (la reagrupación de movimientos políticos progresistas y la definición de un programa basado en el crecimiento económico y la reforma institucional) o la vía francesa del PS. En este caso, sin embargo, no vale un lavado de imagen. La renovación del PSOE debe ser mucho más ambiciosa y profunda: renovar equipos (la generación sucesora de Zapatero no puede ser la generación anterior a él), renovar la cultura orgánica (primarias, voto secreto, consultas a la militancia, régimen estricto de incompatibilidades) y renovar el programa (progresividad fiscal, nuevo modelo económico, compromiso con la igualdad, radicalismo democrático, defensa de lo público). La mala noticia es que solo vemos muy vagos indicios de ambas; la buena, que, dada la situación, son inevitables.

Reagrupar a la mayoría de votantes mediante opciones progresistas, acceder a las instituciones y atribuir a estas instrumentos para generar crecimiento; este es el objetivo. Hemos vivido una época de excesos y ahora, es curioso, un análisis moderado de la situación política tiene el riesgo de ser connivente con las injusticias heredadas. Es fundamental una alternativa política regeneracionista. El tiempo apremia.