Dos miradas

Las muecas de Trump

Lo peor es que todos acabaremos ahí, en el universo de ficción que es una tremenda, terrible realidad

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JOSEP MARIA FONALLERAS

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Nos hemos acostumbrado a ver a políticos transformados en títeres. Hemos montado espectáculos televisivos con las exageraciones de sus gestos, con las muecas descosidas y ambientadas en gags que exageraban un gesto de la boca, la protuberancia de una nariz, el carraspeo continuado o los tics incontrolables. Tras haberlos visto como muñecos, nos fijábamos en la realidad y ya no podíamos contemplarlos sino como muñecos. Y ellos mismos se autoparodiaban a menudo, hasta que alcanzaban los límites de la ficción.

Hasta que llegó Trump. Y entonces, los humoristas no podían exagerar (la base del oficio) sino que simplemente se dedicaban a la copia, a la reproducción explícita de lo que era cierto y comprobable. Trump -con este ímpetu indomable del 'America first', pendenciero y altivo- se ha presentado como el muñeco al que no se puede imitar porque ya ejerce con el exceso de su propia personalidad.

Corre por ahí un corto en el que el pico del Pato Donald da un vuelco inesperado y se convierte de golpe en el tupé del otro Donald, el Trump que preside la nación más poderosa. No es solo un chiste. Es la esencia de su personalidad. Vive en el mundo de los dibujos animados, donde solo valen el estruendo y los gestos exagerados, de 'grand guignol'. Y lo peor es que todos acabaremos ahí, en el universo de ficción que es una tremenda, terrible realidad.