El fantasma perpetuo del anticatalanismo

Las armadas invencibles

Para España los grandes enemigos están en territorios minúsculos y quiméricos

JOAN BARRIL

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Hemos entrado en un nuevo capítulo de la catalanofobia. En principio se trata de la animadversión que el resto de España siente hacia este lugar de la península. Los orígenes del catalanismo son lejanos, pero su resurrección es reciente. Con motivo del referéndum escocés ha habido no pocas ocasiones para que la caverna y sus ampliaciones se hayan despachado a gusto. La prensa y televisiones de Madrid han hecho el caldo gordo a todos los que desde tiempos de Numancia han hallado en la anticatalanidad uno de los elementos cohesionadores de la hispanidad.

En los últimos tiempos de los Austrias poetas como el propio Quevedo no se detuvieron en sus epítetos: «Son los catalanes aborto monstruoso de la política» o que «el catalán es la criatura más triste y miserable que Dios crió». Así las cosas no hay manera de avanzar en la concordia. Este tipo de comentarios se produjeron pocas décadas después de que Felipe II se dedicara a su gran cruzada papista contra Inglaterra, esa misma Inglaterra que ahora mismo se ha convertido en un territorio defendible ante todo aquello que signifique un baluarte contra cualquier tipo de independentismo. La Armada Invencible sentó las bases de lo que había de ser una visión centrípeta en el mundo de los siglos XVI y XVII. De haber seguido en la actitud centralista las sucesivas monarquías españolas ni siquiera hubieran aceptado la secesión del pueblo norteamericano respecto a la Inglaterra protestante y ancestral, esa Inglaterra que nos arrebató Gibraltar y Menorca y que dejó a la flota franco-española en el fondo de las aguas de Trafalgar. Quizá en el organigrama de la Armada Invencible debe leerse el nacimiento de lo anticatalán.

No en vano buena parte de los marinos que estuvieron en los puentes de los buques de la Armada provenían de las flotas guipuzcoanas o vizcaínas. Juan Martín de Recalde al frente de los buques vizcaínos, Alonso Martínez de Leiva, de la orden de Santiago, Miguel de Oquendo al mando de la escuadra de Guipúzcoa o Martín de Bertendona, bilbaíno pero encargado de la flota de Levante. El único oriundo catalán era Hugo de Moncada, que gobernaba cuatro galeazas napolitanas fuertemente armadas pero que no contaba con las simpatías de Medina Sidonia. En otras palabras: ante la gesta militar y derrota más importante de España no se encuentra prácticamente ningún representante del estamento militar catalán. Probablemente esta sea una de las causas del desprecio con que el establishment de los Austrias -y luego de los borbónicos- contemplaba la presencia espúria de los catalanes. Cuando dos siglos y medio más tarde -y después de la caída de Barcelona- Pi i Margall Estanislao Figueras se decidieron a acometer la modernización del Estado, el rechazo de las fuerzas conservadoras españolas fue quevedesco. «España ha pasado a ser patrimonio de Catalunya», se escribía con vehemencia insensata que por supuesto no habría merecido un gobierno de andaluces o castellanos.

En 1901 Martos y Amado publicaron el libelo Peligro Nacional donde advertían de los riesgos de que Catalunya se convirtiera en una nueva Cuba en el territorio peninsular. Para evitarlo abogaban por prohibir el «dialecto Catalán» en el espacio público, la sustitución del clero autóctono por sacerdotes provenientes de otras provincias, fin de los aranceles para castigar a la burguesía fabril e incompatibilidad de los catalanes para ejercer puestos del Estado en Catalunya. Los únicos catalanes que formaron parte de las gestas españolas fueron los soldados de reemplazo que fueron mandados a morir a los montes del Rif.

Pero pasó la guerra civil y, tras un breve período de comprensión sobre el catalanismo democrático, regresaron las prisas de volver a tomar el poder. Aznar recordaba que lo que hacía el PSOE era quitarles miles de millones de pesetas a los pensionistas españoles «para entregárselos a Catalunya» y la dirigente popular Mercedes de la Merced hablaba de que «cualquier loco pudiera asumir mañana la presidencia de la Generalitat».

Pues así estamos. El lugarteniente del nuevo dirigente del PSOE, el secretario de organización César Luena, dijo la semana pasada que Mas era un zombi preso de Junqueras. Hemos pasado de ser el aborto monstruoso a ser un muerto viviente en manos del maligno. Y, mientras tanto, de lo que se trata es de defender a una Gran Bretaña cuya única ventaja es la de ser grande y menospreciar a las minorías. Es evidente que España tiene bastante con sentirse acompañada por los antiguos enemigos. Porque por lo visto los grandes enemigos están en territorios minúsculos y quiméricos. No por el hecho de tener razón nos la van a dar. La alegría del poderoso se nutre de la humillación universal de aquel al que no se quiere conocer. Periodista.