Peccata minuta

La pequeña pantalla

JOAN OLLÉ

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Como dice mi amiga la sabia Lola, nunca pasa nada y todo ocurre al mismo tiempo. El pasado domingo, tres cadenas de televisión, tres, emitían simultáneamente entrevistas a cargo de celebradísimos nombres de aquello que antes llamábamos la pequeña pantalla: Ana Pastor, Risto Mejide y Albert Om. Seguí la de Pastor en el plasma y recuperé las otras en la pantallita del ordenador. Me fui a dormir a las tantas, informadísimo.

La entrevista con el 'president' tuvo como escenario el gótico y resistente Palau de la Generalitat, en el que Mas pernoctó (¿cómo Allende en La Moneda?) poco antes de firmar con pluma catalana su desafío a España, iluminado para la ocasión de un lúgubre 1714, como Wagner en el Liceu. El duelo no fue nada del otro mundo: la bella Pastor desconfió y repreguntó sin grandes resultados, y el 'president', tras repetir 1714 veces que el 9-N se celebraría sí o sí (que va a ser que no y él debía saberlo), afirmó creer estar libre de culpa, pero vete a saber, porque un tropiezo puede tenerlo cualquiera. Lo mejor fue el NO-DO, en el que dos catalanes tanto o más mediáticos que la entrevistadora soltaron varias perlas preciosas. El 'exmarciano' Xavier Sardà, de Sant Andreu, se declaró 'catalanistamente' agnóstico, y Júlia Otero, del Poble Sec, defendió la consulta para poder votar contra la independencia a la par que lamentó su frágil condición de puente aéreo Barcelona-Madrid, ya que en las guerras lo primero que bombardea el enemigo son los puentes. ¡Toma ya metáfora!

Química en el Chester

El publicista Mejide sentó en su sofá Chester, grafiteado con consignas libertarias, nada más y nada menos que al 'complutense' Pablo Iglesias: duelo de guapos, el uno espejo del otro, a ver quién se llevaba el gato al agua y la audiencia a la cama. El de la coleta no tuvo reparos en glosar bondades venezolanas, mientras que el de las gafas oscuras, para defender su condición de empresario, se alineó con la patronal. Gran química: podrían hacer bolos por fiestas mayores, se forrarían.

Al invitado Albert Om le costó vacunas y pasaporte llegar a casa de su anfitrión, un Lluís Llach en sencilla sintonía con el mundo y consigo mismo, sin himnos de por medio, medio exiliado en una pequeña aldea del Senegal donde escribe en su Apple mirando al mar, cocina platos de fusión africanoampurdanesa y ayuda y acompaña a sus vecinos. Como Brel en las Marquesas. En un momento dado nos confió que si hubiera intuido el tsunami catalán no habría dejado de cantar, y que, aunque tenga que venir nadando, el 'Independence Day' estará aquí. Solo en aquel momento pensé que Llach aún no habitaba en lo más alto de la difícil sabiduría humana. Y que cuando se venga para aquí me deje su casita.