Al contrataque

La nueva tenaza

JOAN BARRIL

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Aquella famosa invectiva de la diputada popular Andrea Fabra contra los parados al grito de «¡Que se jodan!» es probablemente una de las síntesis más escandalosas del neoconservadurismo que nos invade. Eso viene de lejos. También Margaret Thatcher logró convertir los problemas del paro o de la pobreza en elemento de responsabilidad individual. Intentan hacernos creer que la gente no está en el paro por una legislación laboral agresiva sino porque se da por supuesto que los españoles de origen humilde son unos zánganos. Luego tenemos a esos coleccionistas de másteres, brillantes miembros de la generación mejor preparada, que tampoco superan los 1.000 euros al mes. Pero de nuevo la culpa no es del sistema, ni de la avaricia bancaria, ni de la crisis que surgió de la codicia de unos cuantos. Todo lo malo que nos pueda suceder es el resultado de una moral ciudadana que se sustenta en los subsidios y en una quimérica igualdad de oportunidades. El pobre lo es porque no hace nada para dejar de serlo. Es el cinismo ambiental que nos embarga y que lleva a la población a indignarse.

Los indignados han hallado en algunas formaciones políticas la manera de canalizar su indignación. Me sorprende oír el latiguillo de los medios de comunicación de Madrid. Tanto que les preocupa el tal Pablo Iglesias y me lo están haciendo un hombre convirtiéndole en el origen de todos los males. También en Catalunya una figura respetable como Ada Colau está hirviendo en las cazuelas de los aquelarres del brujerío hipotecario. Jamás como ahora al pobre se le había ridiculizado tanto. Se meten con sus camisetas verdes, con su coleta poshippy, con sus supuestos ancestros bolivarianos.

La tentación de casta

Pero también en el seno de esos movimientos hay una cierta y peligrosa intolerancia. Iglesias la definió acertadamente como «la casta», pero la tentación de casta impregna a todos los movimientos sociales, también al suyo. Me preocupa esa tendencia de los recién llegados a cargarse todo aquello que se ha ido consiguiendo a lo largo del siglo pasado. El bipartidismo español será una casta, pero algunos han aportado cosas que vale la pena no lanzar al vertedero. En el supuesto de que Podemos pudiera gobernar, ¿acaso se ignorarían los avances de la socialdemocracia? ¿Se negarían los nuevos gobernantes de la indignación a menospreciar la lucha difícil y a veces heroica de aquellos que construyeron sindicatos bajo las minas? ¿Se liquidaría, con el pretexto de formar parte de la casta, todos aquellos avances que ciertas personas de bien han propiciado?

Estamos sujetos a la tenaza de los extremos. Unos culpan a la gente y otros se disponen, en pleno apocalipsis, a edificar un nuevo cielo sobre una nueva tierra. Demasiadas pasiones para un proceso que requiere nuevas y contundentes razones.