Dos miradas

La Familia

Durante décadas, un silencio cómplice cubrió los abusos de la familia Pujol

EMMA RIVEROLA

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Hay familias numerosas y mínimas. Algunas están tan unidas que asfixian al incauto que se aproxima a ellas, otras son tan laxas que la tramontana sopla entre un hermano y otro. Familias en las que reina la disciplina y en las que campa la displicencia. Familias koala, enjambre o de lobos solitarios. Y ahora, para gozo de los sociólogos, nace la familia imputada. Se caracteriza por una clara tendencia a la procreación, el engaño, la soberbia y la avaricia. Aunque se pasea por Catalunya, siempre mantiene un refugio en Andorra, Suiza o Liechtenstein. Y cuenta con la extraña habilidad de convertirse en un ente omnipresente o invisible, depende de las necesidades de la casa gran que fundó. A pesar de su aparente carácter apacible y educado, puede resultar especialmente dañina para el resto de individuos de la especie y asolar la tierra que habita.

Durante décadas, un silencio cómplice cubrió los abusos de la familia Pujol. Unos callaron porque se beneficiaban, otros porque no sabían y otros porque carecían de pruebas y temían sufrir las sietes plagas bíblicas. Recordemos la amenaza de Artur Mas, entonces en la oposición, de boicotear el Estatut si el president Pasqual Maragall no retiraba la denuncia del 3%. Mientras aquí el despotismo era moneda de cambio al servicio de la patria, en Madrid se acumulaba arsenal político. Y entre unos y otros, a los ciudadanos nos robaron la cartera y la democracia.