Al contrataque

La «extraña» enfermedad de Suárez

JULIA OTERO

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Me costó muchas conversaciones convencer a Adolfo Suárez Illana de que no podía demorar la explicación pública de la verdad. Había que poner nombre a la «extraña» enfermedad que padecía su padre, el presidente Suárez. Han pasado casi nueve años y, como la memoria flaquea, conviene recordar aquí los rumores, chismes y leyendas apócrifas que menudeaban entre periodistas y políticos sobre el estado de Suárez y se contaban a medias e insidiosamente en radios y periódicos. Había desaparecido drásticamente de la vida pública, y con la ligereza y frivolidad que a veces caracteriza a este país se expandía la idea de una depresión profunda por la muerte de su esposa y la enfermedad de su hija. Mientras se extendía el chismorreo de una especie de locura sobrevenida por el sufrimiento, la familia callaba pero acusaba el doble dolor de la enfermedad del padre y la irrespetuosa rumorología. La publicación de una biografía no autorizada de Suárez en la que se contaba que el expresidente había descendido de su coche para dirigir el tráfico en un cruce de calles de Madrid -nunca ocurrió tal cosa- convenció finalmente a Adolfo Suárez júnior de que había que dar el paso. Recuerdo haber comentado con él, antes de su intervención televisiva en Las cerezas, la conmovedora carta de despedida que Reagan dirigió a los americanos cuando le diagnosticaron alzhéimer: «Haciendo público este padecimiento ayudamos a la gente a tomar conciencia (...). Agradezco al pueblo americano que me brindase el honor de servirle como presidente». El hijo de Suárez me confesó entonces, y lo repitió públicamente en la entrevista, que a su padre probablemente le hubiera gustado también despedirse de los españoles, pero «no llegó a tiempo». Su memoria se desvaneció con una rapidez cruel.

Las últimas imágenes

De ese episodio han pasado solo nueve años, sí, los suficientes para que el alzhéimer haya dejado de percibirse como una enfermedad maldita que estigmatiza a sus víctimas. Asociaciones y particulares vinculados al alzhéimer agradecieron enormemente aquella entrevista de Suárez Illana y en días posteriores recibió enormes muestras de cariño y complicidad de quienes llevaban, como él, años de sufrimiento silencioso. Estos días hemos visto repetidamente las últimas imágenes públicas del presidente Suárez en un mitin en Albacete, perdido en el atril, buscando el hilo del relato que se le resistía. Esas imágenes nunca se emitieron cuando se produjeron. Y no fue fácil convencer a su hijo de que debíamos emitirlas, al tiempo que él confesaba la frase que más le costó pronunciar aquella noche de mayo del 2005: «Mi padre ya no recuerda que fue presidente del Gobierno».

Desde aquí mi cariño a Adolfo júnior y a cuantos ven morir dos veces a sus seres queridos.