La insuperable imprevisión humana

La cigarra y la hormiga

No sobresalimos en la reflexión y la prevención por más que sean características de nuestra especie

La cigarra y la hormiga_MEDIA_1

La cigarra y la hormiga_MEDIA_1

RAMON FOLCH

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Primero Esopo y después La Fontaine y Samaniego nos obsequiaron con una serie de fábulas moralizantes basadas en el comportamiento ejemplar o execrable de varios animales. Quizá la más famosa sea la de la cigarra que pasa el verano cantando y muere de hambre al llegar el invierno, contrapuesta a la actitud de la hormiga que almacena grano sin descanso para cuando pinten bastos. De hecho, ambos insectos mueren cuando lo dicta su ciclo biológico, pero la preocupación del fabulista era pedagógica, no científica. Los animales no son previsores. Algunas especies almacenan alimentos, pero como conducta instintiva. La previsión es otra cosa. La previsión responde a una decisión voluntaria que conlleva una previa deliberación consciente. Es una lata, porque exige contrariar el apacible fluir de las cosas. La recompensa futura no es nunca percibida como gratificación, en tanto que el esfuerzo previsor siempre resulta cansado. De todo ello, cigarras y hormigas no tienen la menor idea.

Los humanos tampoco somos naturalmente previsores. Somos una especie recolectora y cazadora con una inesperada capacidad reflexiva. La reflexión, y la previsión que de ella se deriva, nos han permitido vivir más, pero a costa de no ser tan felices durante el tiempo vivido, cargados de responsabilidades y frustraciones cautelares. No hay más que ver la despreocupada actitud de las etnias digamos primitivas, sonriendo al fresco hasta que les estalla el volcán o se las lleva el río. Pero no hay que rebuscar en las profundidades del comportamiento social primitivo, basta con fijarse en la imprevisión de los países desarrollados. Un lugar común es la adopción de ampulosas medidas tras grandes tragedias que se habrían podido fácilmente evitar. Un botón de muestra: hubo que sufrir el gran accidente del Mont Blanc en 1999, con 39 muertos, para imponer las salidas de emergencia en los grandes túneles viarios, medida obvia que muchos habían defendido entre befas y descalificaciones.

Uno de los casos más interesantes de este penoso defecto humano se está viviendo actualmente en Estados Unidos. El presidente Barack Obama ha decidido abordar la cuestión del cambio climático, con una aparente determinación que contrasta con el desinterés que parece dominar a los países años atrás preocupados por el tema, con los de la Unión Europea a la cabeza. Cualquiera puede entrar en la web de la Casa Blanca y encontrar el plan de acción presidencial contra el cambio climático (www.whitehouse.gov/share/climate-action-plan). «Los desastres climáticos y meteorológicos del 2012 han costado más de 100.000 millones de dólares a la economía estadounidense», se puede leer. Y para que no haya ninguna duda sobre las causas, un titular proclama que «los vertidos de dióxido de carbono son los principales causantes del cambio climático».

En la última edición de la Evaluación Nacional del Clima de EEUU, hecha pública el pasado mes de abril por la Unión de Científicos Preocupados, se afirma sin tapujos: «Tenemos evidencias de que los daños a la nación aumentarán de manera significativa en el futuro si las emisiones globales de gases de efecto invernadero no se reducen sustancialmente». Esta asociación, creada en 1969 por el MIT (Instituto Tecnológico de  Massachusetts), agrupa actualmente a más de 400.000 personas, muchas de ellas científicos destacados. Que la voz de la comunidad científica, de la ciudadanía más concienciada y de la presidencia del país coincidan en los planteamientos significa algo. Significa que un aplastante sinfín de pruebas y 100.000 millones de dólares de pérdidas en un año no se pueden pasar por alto, por más que inconfesables intereses y recalcitrantes actitudes se resistan.

Pues ni así. La probada pereza humana, aliada natural de la imprevisión, parece decidida a reducirnos a la pobre condición de especie zoológica cualquiera, incapaz de moverse por más que vea venir la riada. Los más fundamentalistas insisten en presentar a nuestra especie como el centro del universo, mientras la realidad muestra la abulia zoológica de nuestras reacciones. Nos proclamamos admirables hormigas previsoras, ejemplarmente organizadas, al tiempo que naufragamos en la más inconsciente de las despreocupaciones. Lo más chocante es que esta actitud insensata la lideran personas supuestamente respetables que se niegan a aceptar manifiestas evidencias.

Dicen que lo importante ahora es salir de la crisis. Estoy de acuerdo, siempre que admitamos dos cosas: que ellos son sus principales responsables y que las disfunciones sistémicas del modelo productivo y de consumo imperante son su causa inmediata. El cambio climático forma parte de la crisis. Es, quizá, su manifestación más colosal. Pero, de tan global, se diluye en nuestra percepción. Imprevisores, perezosos y miopes, así pues.