Peccata minuta

Keith Jarrett y la Patum de Berga

JOAN OLLÉ

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Voy con una semana de retraso, pero el recuerdo aún me trastorna y necesito explicarlo. Me refiero al concierto que ofreció el Keith Jarrett Trio el pasado sábado en el Teatre Grec de Barcelona. Si para algunosKeithes Dios (oBach

en su defecto), cuando se junta con sus amiguetesGary Peacockal contrabajo yJack de Jonettea la batería la cosa va de Santísima Trinidad (o de aquel líquido llamado tres en uno que sirve para casi todo). Si hay que encerrar las liebres en maletas o poner puertas al campo, figura que lo que hacen estos tres señores se llama jazz, pero servidor lo dejaría en música a secas o, aún mejor, en aquella frase con la que la discográfica ECM, para la queKeithgrabó muchos de sus grandes trabajos, se publicitaba: «El sonido más bello después del silencio».

Si para escribir o pintar necesitamos un lienzo o página en blanco, la música, para nacer, reclama un pentagrama de silencio.Jarrett es muy suyo y en varias ocasiones ha dejado un concierto a medias por la inoportuna tos de algún espectador o por un solo de teléfono móvil no previsto en la partitura. En esta ocasión, al inicio, apareció en escena un señor muy serio que nos recordó que si alguien tomaba una sola fotografía igual nos quedábamos sin bises o aún algo peor. Y es que el maestro impone sus condiciones: toco porque me da la gana, vuestro dinero y vuestros aplausos me importan un comino, no os miraré a la cara durante todo el concierto y cuando me canse me largo al camerino. Quizá sea por eso por lo que le profesamos una devoción no exenta de temor que nos limita a la hora de expresar nuestras emociones, como la de aplaudir o gritar bravo al final de un solo increíble de cualquiera de los tres. Un bravo también para el técnico de sonido, capaz de convertir cada nota de piano en el ruido que debe hacer una perla natural al precipitarse dentro de una copa de cristal muy fino.

Todo parece muy sencillo:Keith

inventa burbujas y galopes,Garyes el latir de un corazón muy antiguo yJacktoca muy flojito, para no despertar a los niños. Hay quien dice que a su música le falta negritud, que es algo fría, y tal vez lleve razón: hay mucho en ella de ajedrez y arquitectura.

El sábado,Keithestaba de buenas y después de tocar hora y media nos dejó mucha propina. No queríamos irnos, no queríamos huir de aquel paraíso de invención y armonía. Si ellos tres eran uno, todo el anfiteatro éramos el otro, como un monstruo de 2.000 cabezas amansado por la música que no quería volver a la ferocidad del cada día. Ya lo dijoDomingo Ortega: «El arte del buen toreo convierte al público en pueblo». Creo que todos salimos un poco mejores de como habíamos entrado; quizá para esto sirve el arte.

Luego, en la mesa del restaurante al aire libre, aturdidos aún por el milagro, oímos como uno de los de la mesa de al lado (ellos con gafas de diseño y ellas muyad-lib) decía que desde que estuvo el año pasado en la Patum de Berga no había vuelto a presenciar algo de tanta elegancia. Estoy de acuerdo con él: hay una sola belleza partida en muchos pedazos.