La rueda

Jordi Pujol & Sons, Ltd.

OLGA MERINO

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Mi moto es más vieja que la tos. Como duerme en la calle, el tubo de escape está tan oxidado que ya ni los pispas se la miran, y una araña se le ha instalado de okupa en algún recoveco del motor. Pero sigue siendo una cafetera útil que abona 140 euros anuales por el seguro más sencillito. Y en estas, en medio del tsunami informativo de los últimos días, aflora que Jordi Pujol júnior, el del parque móvil, paga solo 60 euros por la póliza de un Ferrari F40... Que cada uno acabe el chiste como quiera.

Se sabía lo del alicatado en el aeropuerto de El Prat, pero tira que te vas. Se sabía lo de las flores de la Ferrusola, un mal menor. Y lo de las ITV. Se olían cosillas de la financiación, pero se miraba hacia otro lado por la asunción colectiva de que quien está en los fogones del poder siempre pone el cazo (justo ahí se esconde la raíz venenosa del problema). Lo del molt honorable, sin embargo, va mucho más allá. La confesión de Jordi Pujol padre de que mantuvo oculta una fortuna, cuyo monto se desconoce, durante 34 años representa la caída de un guindo moral altísimo. Un batacazo descomunal. ¿También el intocable?, ¿hasta las cejas?, ¿y quién más? Incluso los charnegos, hasta quienes nunca le votaron, sentían un respeto reverencial hacia el hombre y su expediente, la cárcel y su altura política.

Hace 30 años, el 25 de mayo de 1984, la prensa informaba del primer acto de adhesión que le tributaron sus adeptos tras un triunfo electoral que se solapó con la querella por el caso Banca Catalana. Y fue entonces cuando Pujol exclamó: «Nos quieren hacer perder la esperanza, el equilibrio, la serenidad, la tranquila decisión de trabajar cada día ilusionadamente».

Pues justo es eso lo que han hecho. Ya no se trata de los coches de lujo o de los tropecientos millones de euros, que también. Se trata de algo mucho más valioso: nos han saqueado la ilusión.