El epílogo

Indignados e infiltrados

ENRIC HERNÀNDEZ

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Aun mes escaso de su espontáneo alumbramiento, el 15-M empieza a presentar ya los síntomas clásicos de los movimientos acéfalos y desestructurados.

Fieles a sus principios fundacionales, los indignados de primera hornada, en su inmensa mayoría gente sensata y de bien, abogan por proseguir la lucha por medios distintos a la acampada permanente, conscientes de que la perpetuación de las sentadas y la degradación de la convivencia en las mismas suscitan rechazo en la ciudadanía y pervierten el sentido mismo de la protesta. Pero los arribistas que se han ido infiltrando en la masa cívica, una minoría compuesta por okupas, radicales antisistema y demás sospechosos habituales, hacen oídos sordos al mandato de la asamblea -¿es esa la democracia real que demandan?- y se resisten a levantar sus reales de la plaza de Catalunya. Debe ser la fuerza de la costumbre.

Al carácter heterogéneo de este movimiento se suma, pues, el influjo de esos irreductibles que presionan para que el 15-M derive hacia la confrontación (con el poder democráticamente establecido) y no hacia la persuasión social.

El punto de inflexión de esa deriva puede escenificarse esta madrugada y mañana en el parque de la Ciutadella, a las puertas del Parlament de Catalunya: no es lo mismo clamar pacíficamente contra los recortes sociales incluidos en los presupuestos de la Generalitat que acordonar el edificio para impedir el acceso a los diputados, legítimos representantes de los catalanes (el 60% del censo) que democráticamente los eligieron en las urnas.

La primera conducta está amparada por la libertad de expresión; la segunda, por contra, constituye una coacción de todo punto intolerable.

Una transición 2.0 pacífica

Todas las encuestas publicadas revelan que las causas que defienden los indignados (una reforma electoral que periclite la actual partitocracia, el fin de la subordinación de la política al poder financiero...) cuentan con abundantes simpatías en nuestra sociedad. Pero la transición 2.0, igual que la que vivimos tras el franquismo, será pacífica o no será.