Editoriales

La Iglesia, ante la pederastia

No pueden esconderse los autores de los abusos, ni los cómplices ni los tolerantes. No basta con pedir perdón

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La detención de tres sacerdotes y un seglar acusados de cometer abusos sexuales a menores en Granada ha sido (está siendo) uno de esos hechos que, a parte de la gravedad que tienen por sí mismos, iluminan una forma de actuar totalmente reprobable por parte de una institución como la Iglesia católica. Que la investigación del caso haya podido llegar a la justicia y que la diócesis de Granada haya tenido que tomar medidas drásticas por la intervención del propio Papa ya lo dice todo.

Hace un par de décadas que la Iglesia empezó a tomarse en serio las crecientes denuncias de abusos sexuales que iban apareciendo en distintos lugares del mundo. Juan Pablo II inició un tímido cambio, pero fue su sucesor, Benedicto XVI, quien dio instrucciones tajantes para que estos hechos fueran denunciados, aunque no hay que olvidar que pesos pesados de la curia vaticana se limitaran a calificar de «chismorreos» las denuncias de abusos. La propia ONU ha tenido que llamar la atención a la Iglesia por su condescendencia con los pederastas.

Benedicto XVI renunció en medio de una grave crisis vaticana plagada de escándalos sexuales y económicos debido a que su edad limitaba su capacidad para afrontarla. Su sucesor Francisco no engañó a nadie desde el primer momento y ya advirtió que no toleraría ninguna complicidad con los abusos ni que los trapos sucios se lavaran en casa. La pederastia es más que un pecado. Es un delito grave y corresponde a la justicia civil perseguir los hechos sea o no religioso su autor.

Son evidentes las dificultades que la gestión del papa Francisco está encontrando en distintos ámbitos, como la actitud que la Iglesia debe tener ante los creyentes divorciados, los homosexuales o sobre el mismo aborto. Ese doble rasero por el que se ha sido implacable en la supuesta «defensa del concebido» (oposición al aborto) y la facilidad con que se menoscaban los derechos de los nacidos. El Papa ha dejado bien claro cuál es el camino. Lo que resulta incomprensible es que en una institución tan jerárquica haya diócesis que sigan creyendo que viven en otra época. Francisco fue muy claro ayer mismo al hablar del caso de Granada: «La verdad es la verdad y no la debemos esconder». No pueden esconderse los autores, pero tampoco quienes han sido cómplices o los han tolerado. Aquí tampoco basta con pedir perdón.