Los SÁBADOS, CIENCIA

Ideas que desvían la historia

Hay inventos que parecen dar un volantazo al futuro aunque, de alguna manera, ya están escritos en él

JORGE
Wagensberg

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Hace centenares de miles de años hubo un individuo que logró controlar el fuego por primera vez. Seguramente llevaba años contemplando incendios espontáneos y pensando: «Lo que haría yo con esa maravilla». Un día este personaje, de la especie Homo erectus, resolvió el problema, dando con ello el primer paso hacia la revolución industrial. ¿Cuál habría sido la historia si este genio no llega a nacer? Pues la misma, porque el control del fuego debió conseguirse miles de veces de manera independiente en distintas épocas y en distintos lugares.

Hay ideas que parecen dar un volantazo al futuro aunque se diría que, de alguna manera, ya están escritas en él. Un aparente contraejemplo podría ser la rueda. El invento triunfó en casi todo el planeta, pero al parecer nunca brilló entre los nativos americanos precolombinos. ¿Existe entonces ese tipo de genio capaz de desviar el curso de la historia? La rueda no es un buen ejemplo. Los humanos mesoamericanos no la usaron para la construcción ni para el transporte, es verdad, pero no pudieron no inventarla, imposible. En sus collares, por ejemplo, usaban cuentas perfectamente circulares y cada día debían caerse y rodar por el suelo centenares de ruedecitas improvisadas que no podían sino hacer gritar «¡eureka!» por poca curiosidad interdisciplinaria que tuvieran los testigos. Además, las ruedas sí eran habituales en sus juguetes. Quizá los escarpados terrenos andinos no invitaran a rodar por ellos. Quizá sus animales domésticos no eran de tiro (como asnos, caballos o bueyes) sino más bien de carga (como las llamas o las alpacas).

Cuando Albert Einstein publicó la teoría especial de la relatividad, otros físicos merodeaban cerca de la idea. Algo se habían olido ya autores como Henri Poincaré, Hendrik Lorenz o Woldemar Voigt. El comentario que sigue es pura ciencia ficción, pero si Einstein no hubiera publicado su revolucionario artículo en 1905 el vacío se hubiera llenado más pronto que tarde. Pero, atención, no se puede decir lo mismo de La teoría general de la relatividad que el mismo Einstein publicara en 1915. Ningún problema, contradicción o experiencia de la ciencia vigente en aquella época hacía sospechar que había que inventar tanta física nueva. ¿Cuál habría sido el curso de la física si hace cien años Einstein no hubiera publicado la Relatividad general? Muchos físicos e historiadores opinan que en ese caso la física teórica hubiera dado un rodeo o un frenazo.

Fantaseemos ahora sobre otra de estas grandes ideas de choque de la historia de la condición humana. La escritura se ha inventado por lo menos cinco veces de manera independiente sobre la superficie de este planeta: una en el Alto Egipto 3.300 años antes de Cristo, otra en la Baja Mesopotamia por la misma época, otra en el valle del Indo hacia el 2600 a. C, otra en China hacia 1300 a. C. y otra en Mesoamérica entre 500 y 1000 años a. C. Cinco grandes genios anónimos coincidieron en que inventar la escritura era una idea brillante y eficaz. Pero hay algo que siempre me ha maravillado: todos los alfabetos utilizados hoy en día en el mundo proceden de una única idea. Es decir: el alfabeto se inventó también más de una vez, pero solo uno de ellos ha conseguido trascender universalmente. Todos los alfabetos, el fenicio, el hebreo, el árabe, el romano, el griego, el cirílico, etcétera arrancan de una misma, única y gloriosa idea. ¿Quién lo inventó? ¿Por qué lo hizo? ¿Cuándo? ¿Para qué? ¿Cómo era? ¿A qué se dedicaba? ¿Qué hacía en su tiempo libre? ¿Se puede llegar a saber algo de todo esto? Hasta hace bien poco solo se podían inventar fantasías. Yo mismo me propuse una: fue un alumno de las severas escuelas de escritura jeroglífica castigado un día por alborotar en clase a escribir mil veces en la fina arena «No volveré a molestar en clase». Pero ese día el revoltoso alumno se levantó de repente echando fuego por los ojos para exclamar el equivalente a ¡Ya lo tengo: P de Palencia! Lo demás fue pan comido. Bastaba elegir un ideograma cuya pronunciación empezara como cada uno de los 20 sonidos diferentes que tiene cualquier lengua.

¿Fue Así? Pues casi. Josep Cervelló Autuori confirma algo parecido en un reciente gran libro, Escrituras, lengua y cultura en el antiguo Egipto (Ediciones UAB, 2015). El genio tiene nombre propio. Se llamaba Khebeded, un capataz semita de las minas de turquesas del Sinaí que inventó el alfabeto para poder escribir los nombres de los difuntos que no tenían equivalente jeroglífico. En muchas estelas el genio aparece montando un burro (¡cosa que jamás haría un egipcio!). Los egipcios tenían un alfabeto desde el principio de su cultura, pero nunca lo usaron como método único de escritura (demasiado simple, literal, prosaico y monocolor). Ya lo saben, gracias al iletrado Khebeded se ha podido escribir la biblia, la filosofía, la ciencia y la literatura.

Facultad de Física (UB).