Dos miradas

Humillación

emma Riverola

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Un concursante. Un jurado. Una prueba fallida... Y el escarnio. ¡Qué risas! ¡Qué revolución en las redes! La fórmula no es nueva. Convertirse en un profesional de la humillación puede reportar enormes réditos, especialmente si uno desconoce la vergüenza y se revuelca en el fango de la vanidad. Hace unos días, un concursante de Masterchef Masterchefde 18 años sirvió un plato ridículo que le valió unas críticas aún más ridículas por parte del jurado. ¿Lucir estrellas Michelin y ejercer de jurado televisivo da derecho a humillar en público y comportarse como un instructor de los marines? Las críticas fueron tan innecesariamente agresivas como efectivas comercialmente para la difusión del programa. Pero ¿fueron socialmente inocuas?

La cuestión es si la afrenta pública queda confinada al plató televisivo o si sus efectos pueden incidir en otros lugares como, por ejemplo, las escuelas o las empresas. Confundir rigor, disciplina y exigencia con humillación y chulería no parece la fórmula más edificante para el horario de máxima audiencia. Pero los ejemplos se suceden. Masterchef simplemente se ha sumado a una moda. Todo forma parte del espectáculo, nos dicen. Pero imaginar que ese trato pueda reproducirse con tu hijo en la escuela o contigo mismo en el puesto de trabajo no invita precisamente al aplauso. De hecho, en esos ámbitos se utilizan otros nombres para definirlo: bullying, mobbing… o cualquier sinónimo de humillación.