Dos miradas

Horror floral

JOSEP MARIA FONALLERAS

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«Una rosa es una rosa es una rosa es una rosa». Lo dijo primero Gertrude Stein y la cosa hizo furor, porque el verso -del poema 'Sacred Emily'- ha sido mil veces citado, vilipendiado, escarnecido y adorado. Incluso Mecano compuso una canción con él. Cortázar, en 'Rayuela', se rió: «A es A, a rose is a rose is a rose, April is the cruellest month, cada cosa en su lugar y un lugar para cada rosa es una rosa es una rosa». Y la sentencia tautológica también sale, por ejemplo, en aquella famosa escena de 'Cantando bajo la lluvia' en la que asistimos a una histriónica clase de locución al estilo de 'My fair lady'. En definitiva, quedamos en que una rosa es una rosa, y que, como decía Julieta, empapada de pasión juvenil, la rosa no dejaría de serlo ni de oler como rosa aunque la llamáramos de otro modo.

Todo esto viene a cuento del vegetal más maltratado de la historia. Pobre rosa. Leo que hoy se venderán más de un centenar de variedades distintas. Si dejamos de lado los múltiples matices del rojo y las opciones más o menos consolidadas del blanco y del amarillo, resulta que también habrá rosas inspiradas en la moda de las magdalenas empalagosas, rosas envejecidas (que no sé qué quiere decir: ¡no marchitas, sino envejecidas!), rosas con los colores del Barça y del Espanyol, y rosas que serán banderas estelades. Hay quienes se quejan de los tomates transgénicos y de las sandías cuadradas, pero el horror está en las rosas, las rosas, está en las rosas.