La hora de Hitler
Albert Sáez
Director de EL PERIÓDICO
Soy periodista. Ahora en EL PERIÓDICO. También doy clases en la Facultat de Comunicació Blanquerna de la Universitat Ramon Llull.
Los relojes y los mapas nos cambiaron la vida en su momento como ahora lo hacen internet y las redes sociales. Cambiaron unos y otros nuestra percepción del espacio y del tiempo, esos grandes límites que arrastramos por nuestra condición humana, que nos recuerdan permanentemente que tenemos principio y final y a los que intentamos vencer porque nos arrojan a esa intemperie que tan bien ha descrito el reciente premio nacional de ensayo, Josep Maria Esquirol.
Periódicamente, el cambio de hora que se inició con la crisis petrolera de 1973, nos recuerda que nuestra percepción del paso del tiempo depende de una convención y, por lo tanto, de una arbitrariedad. Retrasar una hora en otoño y adelantarla en primavera tiene la pretensión de ahorrar energía, exprimiendo al máximo la luz natural en nuestras actividades al aire libre. El cambio nos incomoda, como todos los cambios. Y durante unos días tenemos exceso o falta de somnolencia, los niños andan desganados a la hora de comer y los más mayores se desorientan con más facilidad. Crecen estos días la voces que piden que España abandone esta práctica. El drama es que está consignada en una directiva europea, de obligado cumplimento en los Estados miembros. España adoptó el mismo huso horario que Alemania en 1940. Dice la leyenda que fue un intento más del dictador Franco para agradar a Hitler cuando aún lo veía como un hipotético ganador de la contienda europea.
Sea como fuere, lo cierto es que no parece razonable que Baleares y Galicia convivan en un mismo huso horario. La sacrosanta unidad nacional no se rompería pues ya convive con la singularidad canaria. Igual hasta resulta una de las pocas reformas que Rajoy puede llegar a aceptar en esta etapa de minoría absoluta en la que nos gobernará. De hecho, los populares de Baleares están de acuerdo. De manera que no se rompería España y sería ejercicio muy simple y primario de memoria histórica. Y ya puestos sería el momento no solo de cambiar las horas sino también los horarios. Y evitar, por ejemplo, ese lamentable espectáculo de votar a un presidente del Gobierno a la hora que los alemanes cenan, con nocturnidad y alevosía.
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