El radar

Grandes de España

JOAN CAÑETE BAYLE

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«Grandes de España, los sanitarios que se juegan la vida por ti», decía uno de los tuits, de los miles de tuits, que han hecho a Cayetana de Alba, en su muerte, 'trending topic' de las redes sociales. Sin duda, uno de los temas principales de la conversación pública esta semana ha sido la muerte de Cayetana Fritz-James Stuart, la mujer de los 46 títulos nobiliarios, varias veces Grande de España, primera terrateniente del país, dueña de un fabuloso patrimonio, receptora de millonarias subvenciones agrícolas. La prensa en general ha sido generosa con la duquesa, la «rebelde», la «amante de la vida», la «aristócrata que quería ser gitana»,  la «noble que se acercó al pueblo», la «mecenas», la «excéntrica». «¿Alguien me puede explicar por qué tanto se habla de esta mujer que lo único que ha hecho es vivir sin dar golpe, fiestas y viajes?», explotaba en el Facebook de este diario Guillermo Ergueta Álvarez. Y es que, en general, el tratamiento de la figura en los medios ha sido mucho más benévolo que en las redes sociales.

No es la primera vez que se da esta brecha entre la opinión pública (o una gran parte de ella) y los medios que la nutren. Fue un abismo en casos como la abdicación de Juan Carlos I y la coronación de Felipe VI o el fallecimiento de Emilio Botín. Esos días, para un ciudadano informarse en un medio tradicional o en las redes sociales equivalía a vivir en dos países distintos. Nada que deba sorprender en tiempos de trincheras, del 'ellos' (el 'establishment') y el 'nosotros' (la ciudadanía) en el que se mueve la conversación pública desde hace unos años.

Afiladas críticas en las redes

En el caso de Cayetana, ha recibido más elogios en la prensa que en las redes, donde su faceta de latifundista, de artistócrata sin preocupaciones dada su ingente fortuna ha despertado afiladas críticas. Y, sin embargo, decenas de miles de personas acudieron a su capilla ardiente, y resulta imposible negar que sí, que Cayetana era sus 46 títulos nobiliarios, la primera terrateniente y símbolo de desigualdad en un país en el que el 34% de los trabajadores ganan menos de 645 euros, pero también una persona muy popular entre esa ciudadanía, ese pueblo, esos auténticos Grandes de España en nombre de los cuales se la criticaba en las redes sociales.

Una de las personas que envió flores a la capilla ardiente de Cayetana fue Isabel Pantoja, horas antes de ingresar en prisión por una condena de dos años por un delito de blanqueo. Pese a los esfuerzos de sus hijos, que hicieron circular un 'hashtag' de apoyo a su madre, la tonadillera es, si uno se fía de las redes, uno de los personajes más odiados del país. «¿Calvario de la Pantoja? Calvario es no poder dar de comer en condiciones a tus hijos o saber que te van a echar de tu casa por no poder pagarla o no poder calentar a tus hijos porque no tienes para pagar la luz», comentaba en Facebook Rosario Florencio Álvarez. Y, sin embargo, hace un mes, en sus últimos conciertos, la cantante se dio baños de multitudes estando ya como estaba condenada. «Todos somos iguales ante la ley», «Odio a la justicia ejemplarizante», rezaban carteles que sus fans colgaron en su finca, analógicos pero con la misma fuerza que un tuit. Por hablar de un caso similar, los apoyos a Josep Lluís Núñez no han procedido estos días, precisamente, de la calle.

La distancia con la ciudadanía (para escucharla, para entenderla) es hoy uno de los (graves) problemas de los medios tradicionales. Por ello, la tentación de sostener que las redes son los mejores termómetros de la realidad social es grande. Y a veces es así, otras no; no son un fin en sí mismo, sino unas herramientas, una colosal plaza en la que menudo mucho ruido no equivale a diversidad de voces. Sí, políticos y banqueros son igual de impopulares en la calle que en la red. Pero cuando hablamos de Grandes de España o tonadilleras en apuros, por ejemplo, no está tan claro que la conversación en el bar y en Twitter vaya tan a la par.