GEOMETRÍA VARIABLE
El gran mitin de Pablo Iglesias
El líder de Podemos no sería un presidente adecuado. No convendría como presidente alguien que dice que no se reconoce en la Europa de hoy
Joan Tapia
Presidente del Comité Editorial de EL PERIÓDICO.
JOAN TAPIA
La moción de censura en España (y otros países) no pretende solo censurar sino presentar un candidato alternativo que debe obtener la confianza de la cámara. Por eso la iniciativa de Pablo Iglesias, líder del tercer grupo parlamentario, era un poco absurda. No solo porque no tiene los diputados necesarios sino porque –al ser presentada en plenas primarias del PSOE– era imposible negociar y sumar apoyos.
Iglesias no quería una censura sino brindarse un gran mitin de propaganda. Contra el PP, sí. Y contra el PSOE si Susana Díaz hubiera ganado las primarias. Fue, pues, un mitin. Iglesias aprovechó bien los recientes casos de corrupción, el escándalo en la Fiscalía Anticorrupción y el anuncio de un referéndum de autodeterminación en Catalunya para poner de relieve los graves fallos –reiterados– de la política del PP. La corrupción es una lacra y el PP –es lo mínimo que se puede decir– está en el centro de ella. Y el conflicto catalán tiene mucho que ver con la actitud del PP contra el Estatut del 2006 y la negativa, durante sus cinco años de Gobierno, a abrir un diálogo serio. En estos dos asuntos Iglesias supo sacar, a veces con exceso de brocha gorda, los colores al Gobierno.
No fue una censura sino un mitin. Con dosis altas de cinismo. Si tan terrible es el Gobierno del PP y tan antiguos son sus pecados, es incomprensible que Podemos uniera el año pasado sus votos al PP para impedir un Gobierno de Pedro Sánchez. Y hoy sin contar con Albert Rivera –vetado por Iglesias– no hay ni de lejos mayoría para el cambio.
TICS QUE CREAN DESCONFIANZA
La autosuficiencia y la falta de programa creíble indican –en eso Rajoy tiene razón– que Iglesias no sería un presidente adecuado. No conviene un presidente que dice –sin recordar que nuestra moneda es el euro– que no se reconoce en la Europa de hoy. Y que no tenga el realismo de saber que España solo puede tener un papel si sabe tejer complicidades como hizo Felipe González –y ahora en parte Rajoy– con Berlín y París. España no es autosuficiente.
Y hay tics que crean desconfianza. Por ejemplo, la larga perorata sobre Cánovas, Indalecio Prieto y la historia económica. Iglesias dijo que «otro Gobierno es posible». Quizá, pero excluir a los naranjas es hacerlo imposible hoy. Y hay sectarismo de fondo. Iglesias repitió que nada cabe esperar de la derecha española y que se puede gobernar sin la derecha. Pero para reformar la Constitución –por ejemplo, para atender el conflicto catalán– hay que llegar a pactos de fondo con esa derecha. Y hay ignorancias culpables. No se puede alabar el retorno de Tarradellas del exilio y no reconocer que fue un político del antiguo régimen, Adolfo Suárez, quien lo hizo posible. Y el colmo es que Irene Montero diga que es «una gran vergüenza» que se reconozca a Martín Villa, entonces ministro del Interior, su papel en las primeras elecciones democráticas. Iglesias dice encarnar la España del futuro, pero me temo que el veterano Santiago Carrillo era más lúcido cuando ya en 1965, en el exilio, abogó por la reconciliación nacional.
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