Una conmemoración necesaria

Gran Enciclopèdia Catalana

Hace justo medio siglo empezó la redacción de la principal obra general de referencia en Catalunya

RAMON FOLCH

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En los años 80, la 'Gran Enciclopèdia Catalana', la GEC, figuraba en las listas de boda. Era una pieza imprescindible en todo hogar mínimamente culto, tan necesaria como hoy la conexión a internet. Llegó a estar presente en uno de cada cuatro hogares catalanes. Pero solo 20 años antes, en los años 60, parecía imposible poner en el mercado una enciclopedia en lengua catalana. La redacción, publicación y difusión de la GEC es una historia extraordinaria, iniciada hace exactamente 50 años.

En 1965, el editor Max Cahner, el filólogo Jordi Carbonell y el geógrafo Enric Lluch decidieron traducir y adaptar al catalán un entonces innovador diccionario enciclopédico italiano, en dos volúmenes, la 'Enciclopedia Universale Garzanti'. El proyecto evolucionó rápidamente hasta plantearse como una ambiciosa obra de nueva planta, en 15 volúmenes, denominada 'Gran Enciclopèdia Catalana'. Sus promotores querían irla publicando en fascículos semanales (la moda de la época), hasta lograr 10.000 suscriptores, lo que, en el fondo, les parecía difícilmente alcanzable. Pero se lanzaron, con la recién creada Edicions 62 como plataforma editorial. Josep M. Camarasa y yo nos incorporamos a las tareas de preparación de la GEC en 1967. Éramos muy jóvenes, teníamos apenas 20 años. La redacción estaba en un piso de la calle Balmes, donde se trabajaba en condiciones más bien precarias. No había ordenadores (no existían), ni siquiera máquinas de escribir: ¡se escribía a mano! Pero el entusiasmo superaba las limitaciones. A medida que el equipo redactor fue creciendo para cubrir todos los ámbitos, las motivaciones personales también se diversificaron, naturalmente, pero reinaba el convencimiento de que construíamos una herramienta cultural de primer orden. Cultural y política. Aquel equipo de redacción era representativo de la diversidad sociológica e ideológica del país, por lo que administraba coincidencias y discrepancias, es decir, tensiones.

 No era cosa de cuatro amiguetes. Resultaba sólido y fascinante, especialmente en aquel sórdido contexto franquista. Pero también incómodo para los partidarios del pensamiento único. De ahí la tormentosa historia de la empresa, de la que Jordi Carbonell, yo mismo (que era adjunto de dirección del área de ciencias) y muchos otros fuimos expulsados. Todas las opciones del abanico parlamentario actual estaban prefiguradas en el equipo de autores y redactores. Lo más sencillo habría sido alentarlo. 

En todo caso, la obra, con el esfuerzo de todos, se redactó, se publicó y se convirtió en el mayor éxito de las ediciones catalanas, no con 10.000, sino con cientos de miles de copias vendidas.

EL PESO DE LAS CIENCIAS

Desde el primer momento, Jordi Carbonell quiso que las ciencias tuvieran en la GEC un peso comparable al de las humanidades. En la época, ello era muy atrevido. Hubo que superar muchas dificultades. La primera fue la creación de la terminología. Las secciones digamos humanísticas trabajaban con un corpus terminológico en gran medida ya regularizado desde hacía décadas, si no siglos; las científicas, en cambio, tuvieron que empezar creando sus propios términos. Paralelamente, hubo que identificar y enrolar un amplio abanico de científicos de todas las ramas. Algunos tenían un conocimiento de la lengua tirando a básico, lo que hacía el trabajo aún más difícil. Nunca, sin embargo, la GEC se limitó a regularizar terminología. Construyó lengua, pero más si cabe aportó conocimiento, tanto humanístico como científico. Logró publicar, en catalán, el mejor producto de difusión científica del momento, por encima de los estándares ibéricos, cuando menos.

Las consecuencias sociales y políticas de todo ello fueron incalculables. Sin la GEC, la inmediata normalización del catalán en la escuela, en la universidad o en los medios no habría sido posible al llegar la democracia. De rechazo, la vertebración nacional se habría visto muy entorpecida. No es exagerado pensar que ahora no se hablaría de soberanismo con la solidez instrumental con que lo hacemos. Además, la GEC aglutinó en torno a un mismo proyecto a cientos de profesionales que se sintieron miembros de un mismo colectivo: «Els vençuts es retrobaven soldats», parafraseando los versos de Carles Riba. Con los años, la obra que al principio pareció temeraria acabó confiriendo músculo económico y social a la editorial en lengua catalana más sólida de todos los tiempos, capaz de abordar planes editoriales posteriores muy atrevidos.

Bromeando, decíamos que la 'Gran Enciclopèdia Catalana' no era muy «grande» (las había mayores), ni «enciclopedia» (en realidad era un diccionario enciclopédico), ni «catalana» (porque era universal). No importa. Fue capital, determinante, imprescindible.

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