Europa, un faro que se apaga

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ROSA MASSAGUÉ

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Un cuarto de siglo atrás, Juan Pablo II se dirigía en Estrasburgo al Parlamento Europeo. Era un Papa que soñaba una Europa que se extendiera desde el Atlántico hasta los Urales. El Pontífice definió aquella construcción, basada en la voluntad de no repetir dramáticos errores que ensangrentaran de nuevo el continenente y en la suma de siglos de historia y cultura compartidos, como un "faro de civilización".

El Papa polaco hablaba ante representates de los doce Estados que entonces formaban parte de la Unión Europea. Parte de su aspiración se ha cumplido. La UE no llega a los Urales, pero ha incorporado a 11 países que en 1988, el año de la visita, todavía pertenencían a la órbita soviética.

Ahora otro papa,  Francisco, se ha dirigido a los diputados europeos desde el hemiciclo de Estrasburgo para señalarles que aquella Europa, otrora fértil y vivaz, da muestras de cansancio y envejecimiento, que los grandes ideales que la han inspirado han perdido el poder de atracción en favor de los tecnicismos burocráticos de sus instituciones.

Han pasado 26 años entre una y otra visita. Nadie pensaba entonces que el muro de Berlín caería de la noche a la mañana arrastrando consigo los duros años del equilibrio del terror, de la paralizante guerra fría, pero cabía la esperanza que permitía pensar en un futuro distinto, más justo.

Hoy nadie creía que el optimismo que sucedió a los cambios ocurridos en Europa (y en el mundo) desde 1989 sería de tan corta duración, que la Unión se sumiría en una crisis que no solo es económica como bien explicó Francisco.

Acierta el papa cuando ve a Europa vieja y cansada. Él mismo es una manifestación de este declinar europeo. Ni viene de una pequeña ciudad polaca (Juan Pablo II) ni de un aldea bávara (Benedicto XVI). Francisco procede de otro hemisferio, de una metrópoli bulliciosa, Buenos Aires, de tres millones de habitantes que es capital de un país enorme. Tiene por tanto una perspectiva distinta de nuestra Europa y eso le permite ponernos ante nuestras debilidades.

Que tenga que ser el papa quien, por ejemplo, le saque los colores a la Unión por cuestiones como las políticas migratorias, más que decir mucho a su favor, habla de lo bajo en que hemos caído al olvidar parte de nuestra razón de ser.

Un cuarto de siglo puede ser mucho o poco tiempo, pero en él caben muchos cambios. A Juan Pablo II, un personaje como el eurodiputado y pastor protestante Ian Paisley que representaba un pasado casi aracaico, le acusó de ser el anticristo. A Francisco le aplaude un personaje del futuro, dicen, como Pablo Iglesias.