NÓMADAS Y VIAJANTES

Estos franceses están locos

RAMÓN LOBO

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Edía que los españoles gritaron en 1814 «¡Vivan las cadenas!» se encadenaron a ellas por dos siglos. Prefirieron un rey corto de entendederas, Fernando VII, que a Napoleón Bonaparte. Es verdad que se trataba de un invasor extranjero, y como tal combatible, que el derecho a la insurrección es universal, incluido Afganistán. Pero esa Francia laica, cívica, ilustrada y republicana, hija, con sus sombras, de las luces de la Razón, nos hubiera ahorrado el siglo XIX y tal vez el trágico inicio del XX.

También es cierto que esa Francia ejemplar pactó en junio de 1940 con Hitler y que el régimen de Vichy deportó decenas de miles de judíos a los campos nazis de exterminio; también que ahora, hace apenas unas semanas, votó en las elecciones europeas por el Frente Nacional, un partido xenófobo de extrema derecha. Nadie es perfecto, como dice el personaje de Joe E. Brown al final de la película Some like it hot, traducida Con faldas y a lo loco.

Hay otras veces que Francia da envidia. El expresidente Nicolas Sarkozy se pasó 15 horas en una comisaría para declarar sobre un presunto delito de corrupción. El juez que investiga el caso también mandó detener a Thierry Herzog, abogado del político, y a dos magistrados del Supremo. Según informan las crónicas desde París, uno de ellos, Gilbert Azibert, ha pasado a ser imputado, igual que Herzog.Reguero de cadáveres      

Sarkozy no ve manos negras ni injusticias a la solución dada al caso Bettencourt, el más peligroso de los que le acechan. Se trata de las aportaciones ilegales de la heredera del imperio L'Oréal a su campaña electoral. El caso fue archivado pese a las abundantes pruebas aportadas por Mediapart, una web de información.

Lo que sorprende es la visión de Sarkozy, como si fuera un ciudadano más. Llama la atención que en Francia exista un único aforado: el presidente de la República durante su mandato, y no 10.000 como en España. En Francia no están aforados ni los magistrados del Supremo. Aquí, 7.500 de los 10.000 predilectos son jueces y fiscales. El resto, además de la familia real y del rey emérito, aforado de manera urgente tras su abdicación, son políticos nacionales y autonómicos.

Es sintomático que tantos jueces y fiscales desconfíen de sus compañeros de trabajo y se reserven el privilegio de ser juzgados por el Supremo, un tribunal que se compone de jueces que han sido elegidos por los aforados. No es impunidad automática, pero suena raro.

Asombra que las causas que afectan al ciudadano Sarkozy sean de financiación ilegal. Aquí, con las cadenas fernandinas aún en los tobillos, tenemos un partido con todos sus tesoreros procesados y bajo sospechas judiciales fundamentadas de que ha mantenido durante una veintena de años una caja B, alimentada por los pagos de quienes después se beneficiaban, sin duda por casualidad, de contratos millonarios. Aquí llamamos regeneración a hacer la vista gorda.

Dimisiones

Jerome Cahuzac, ministro de Presupuestos del Gobierno socialista de Hollande, dimitió por no declarar una cuenta en Suiza, algo que no parecía una buena idea para un ministro que gestiona dinero público. En Alemania dejaron sus cargos los ministros de Defensa, Karl Theodor zu Gutternberg, y de Educación, Annette Schavan, por plagiar la tesis doctoral. A Schavan no le salvó ser amiga de Merkel. En el Reino Unido, Chris Huhne tuvo que dimitir como ministro de Energía y Medio Ambiente por mentir en una infracción de tráfico y el número dos del Tesoro, David Laws, por cargar los gastos de su piso al erario público.

Nadie dijo que no sabía de dónde había salido el jaguar que estaba aparcado en el garaje. La ejemplaridad es la norma, una exigencia; la igualdad ante la ley, la base de la democracia. Aquí no, aquí seguimos con Fernando VII.