Escrituras profanas

Hoy parece ya un desatino la idea de un libro concebido para no ser entendido, o apenas por una minoría

DOMINGO RÓDENAS DE MOYA

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Ahora que casi todo mortal aspira a estar comunicado, a ser entendido, visto, reconocido y coronado, parece un desatino la idea de un libro concebido para no ser entendido, o apenas por una minoría. Empieza a atisbarse un horizonte en el que la literatura más exigente (o sea la literatura) podría parecerse a los fascinantes libros herméticos de los que habla Jacobo Siruela en 'Libros, secretos' (Atalanta). Entre ellos valdría como metáfora extrema el enigmático 'manuscrito Voynich', un volumen del siglo XV escrito en una lengua y alfabeto ignotos cuyas muchas ilustraciones delatan que trata (a lo mejor) de cosmología, farmacología y botánica, aunque ninguna de las plantas dibujadas sea reconocible ni el texto haya sido descifrado por los criptógrafos.

Sobre el misterio que es la escritura literaria en sí misma reflexionan dos narradores casi antagónicos. Lo hace Luis Mateo Díez en 'Los desayunos del Café Borenes' (Galaxia Gutenberg) por partida doble. Recurre a la ficción de un novelista jubilado que desayuna a diario con unos amigos con los que comparte sus lucubraciones y desahoga sus enojos sobre la meteorología novelesca actual -«cada día abundan más las novelas que no son novelas y que están escritas por novelistas que no son novelistas para lectores que no leen»- mientras la otra mitad del libro es una declaración de convicciones: por qué, para qué y cómo escribir y también cómo se ha vivido cultivando la obsesiva necesidad de contar vidas inexistentes. Son páginas de un narrador puro.

Sergio Chejfec no pertenece a esa especie de escritor en el que la narración actúa como una fuerza ineluctable, sino a la de los creadores autoconscientes bajo la piel de cuyos relatos se adivina el bulto de una teoría. Pero 'Últimas noticias de la escritura' (Jekyll & Jill) no es una ficción sino un sabroso ensayo sobre la materialidad del acto de escribir: a mano o en teclado, en una libreta de notas o anotando un manuscrito. Aunque lo que interesa a Chejfec es la extraña alquimia por la que el pensamiento adquiere forma, se arquea y se transforma, mediante las circunstancias materiales de la escritura. Quien ha escrito lo sabe; lo sabe Mateo Díez y lo supo el heroico (o delirante) autor del 'manuscrito Voynich'.

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