Érase una vez...

Abres el cuento, pasas una página y, ahí, en el mismo pequeño espacio que antes ocupaba un par de viñetas, se abre un maravilloso mundo que se extiende más allá de lo que aparentan sus dimensiones. El viento infla las velas de un gran navío y el castillo eleva orgulloso sus torreones. En el artificio de los cuentos desplegables todo parece posible. Hasta los sueños se tocan.

El lunes se debatirá en el Parlament la resolución de ruptura con España. Resolución que se espera que Rajoy recurra tan pronto como sea aprobada por la mayoría independentista. Pero nada se detendrá. El navío, cada vez más imponente, seguirá adelante con sus velas henchidas. Quizá no encuentre timonel, pero, ¿quién lo necesita en los mares de papel? El castillo alardeará de sus murallas inexpugnables, de sus lúgubres calabozos y olvidará que los castillos de papel no tienen cimientos. Mientras, algunos ciudadanos observarán absortos el ingenio, otros se esforzarán en no pasar página y otros más sentirán, sencillamente, que no están para cuentos. ¿Cuánto de realidad y cuánto de ficción tiene el momento que vivimos? Resoluciones que caerán por el peso de la ley, amenazas que solo sirven para alimentar las piras de la discordia, un decorado cada vez más abigarrado y la necesidad urgente de encontrar autores valientes capaces de construir un final feliz. Vivimos instalados en un cuento y el problema es que se nos ha olvidado cómo salir de él.