El trasfondo de las palabras

Elogio de la rutina

Mantener ciertos hábitos resulta provechoso porque domestica, civiliza y ordena nuestro tiempo

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MARÇAL
SINTES

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Hay palabras que tienen mala reputación y otras palabras que se ponen de moda o que caen en desuso. Pasa un poco como con los nombres de las personas. Unos nombres se ponen de moda para dar paso unos años después a otros diferentes. A veces rebrotan las Marías o los Marcos, a veces parece que solo se bauticen Pols o Vanessas.

Hay palabras, decía, que tienen mala reputación. Un ejemplo claro es la palabrahonor. Cuesta mucho oír a alguien hablar de honor. O leer textos contemporáneos que se refieran a él. El honor tiene que ver con cómo alguien es percibido por su entorno social, pero también, y quizá más importante, por cómo uno es percibido por uno mismo. Podríamos llamarloautohonoruhonor propio. Honor no suele usarse hoy en día. Se prefiere mencionar la dignidad, que viene a ser como el honor pero laico, más civil. La palabrahonorsuena antigua e incluso carca. Designar algo con esta palabra contaminaría, poco o mucho, lo que se designa. Es por eso que suele evitarse en favor de otras opciones léxicas.

También tiene mala fama la rutina, aunque, a diferencia dehonor, esta palabra se utiliza profusamente. Se emplea, empero, casi siempre en términos negativos. La rutina es mala, no se debe caer en ella. Mata la ilusión de vivir y embota los matrimonios. Se identifica a la rutina con el aburrimiento y el tedio, con el conformismo y el poco espíritu. Con el vacío. Si hacemos el experimento de buscar citas y frases célebres que contengan la palabra, no encontraremos ni una que no sea sombría. «Esfuerzo sin visión es una rutina, una visión sin esfuerzo es una fantasía»; «si piensas que la aventura es peligrosa, prueba la rutina. Es mortal». U otra entre muchas: «El progreso consiste en navegar siempre en contra de la corriente, que es la rutina».

Que haya palabras recurrentes en una determinada época indica sin duda cuál es el tono general de aquel tiempo y aquella sociedad. Si un programa de ordenador pudiera dibujarnos mapas de los cambios, en los que se apreciase qué palabras suben y cuáles bajan, por decirlo así, dispondríamos de una radiografía precisa de la transformación de los hombres y las mujeres, de la ondulación de sus razones y sus sentimientos. Porque las palabras no son neutras, todo lo contrario. Las palabras, cada una de ellas, remiten a un universo de significados, todas tienen olor y color, envoltura, al margen de si se refieren a una cosa u otra. Por tanto, cuando elegimos palabras, ejercicio que llevamos a cabo mediante mecanismos conscientes e inconscientes, nos estamos retratando. Estamos hablando, sabiéndolo o no, de nosotros. Confesando qué somos y desde dónde hablamos. Nuestras palabras dicen mucho de nuestra identidad. O, como decía un poco más arriba, de cómo razonamos y cómo sentimos. Son un espejo.

Esta constatación me lleva a concluir que debe haber motivos que hagan que la palabrahonorno esté de moda o el significado derutinasea tan poco apreciado. Como el primer caso más o menos ya lo hemos visto, quizá merece la pena que nos concentremos por unos instantes en el segundo, en la rutina. Como hemos visto, la palabrarutinase emplea fundamentalmente para advertir contra los supuestos efectos paralizantes y alertar del peligro de caer prisionero de ella.

La rutina, al menos en la acepción que aquí nos interesa, significa repetir una serie de acciones sin razonar o pensarlo mucho, de forma, como se suele decir, automática. La rutina remite en nuestros días a lo sabido, a lo que no cambia y es aburrido, la rutina hay que romperla. Y quizá ahí se ubica la maldición que pesa sobre el concepto, dado que la idea de rutina no casa con una sociedad obsesionada, como mínimo hasta ahora, por la novedad, la velocidad, el cambio, el fragmento y la diversión. La palabrarutinaestá empapada de todo lo contrario.

Hablar elogiosamente de la utilidad y las virtudes ligadas a la rutina es prácticamente, en nuestro contexto, una excentricidad. Una rareza contigua a la provocación. Pero hay pocas cosas tan provechosas como la rutina. La rutina deseada e inteligentemente utilizada, no la rutina obligatoria o impuesta. La rutina domestica nuestro tiempo, lo civiliza. Lo ordena. Nos protege de la interferencia, la extrañeza, la improvisación y el desconcierto. La rutina nos permite situarnos un poco más allá de la realidad, suavizar la superficie áspera y poco amable. Nos libera, en la medida que nos regala un cierto espacio para poder pensar en otras cosas, para pensar durante la cotidianidad. Incluso para ayudarnos a construir espacios para la reflexión. La rutina es el lubricante que nos permite hacer más y mejor. Con menos abrasión, con menos tiempo y energía.

Se cuenta que es por eso queEinsteintenía el armario lleno de trajes todos iguales, para no tener que decidir cada mañana qué se ponía. Para ahorrar el tiempo y la energía que comporta tener que resolver cada día un mismo problema. Dicen queSteve Jobsapreciaba esta misma bondad en su uniforme de suéter negro, vaqueros y bambas New Balance. Periodista.