GEOMETRÍA VARIABLE

El serio peligro de la irracionalidad política

La absurda polémica de la pitada al himno frente a la consulta de Unió Democràtica y el gesto de Ada Colau

JOAN TAPIA

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Admitamos que no es normal que gran parte de la afición de dos equipos que han luchado por llegar a la final de la Copa del Rey piten el himno de España. Pero tras el hecho, lo inteligente sería lo que ha dicho Xavi, el capitán barcelonista que parece más dotado que algunos políticos: que en Madrid se hubieran preocupado por las razones de la sonora repulsa. En todo caso, lo que es contrario a la racionalidad es no admitir que pitar forma parte de la libertad de expresión. Así como que el ministro del Interior -que es diputado por Barcelona y debería conocer su circunscripción- afirme que «es una incitación al odio que no debería quedar impune».

Claro que la reacción del 'conseller' y portavoz del Govern, no admitiendo que a muchos ciudadanos la pitada les ha podido herir -como pasaría en Catalunya si se hiciera con 'Els Segadors'- y afirmando que todo se debe a que el Gobierno de España «tiene tirria a los catalanes», tampoco es muy racional. Menos racional es todavía que cuando toda Europa está alarmada por el terrorismo islámico -que en España ya sufrimos en el 2004- la Comisión Mixta de Seguridad Estado-Generalitat no se haya reunido desde el 2010, y los Mossos no puedan participar en una cumbre de las policías europeas en Barcelona sobre este terrorismo porque las autoridades (ambas) no se han dignado a pasar página de un incidente entre cuerpos de seguridad.

Otro alarde de irracionalidad es el de la expresidenta de Navarra, Yolanda Barcina, que ante la posibilidad de que Pamplona elija un alcalde de Bildu ha dicho que «se podría crear un clima similar al que propició la Alemania de Hitler». En San Sebastián ya lo tuvieron, sigue en el mapa y acaba de perder las elecciones. ¿Es la UPN un partido conservador o una pandilla de incultos nacionalistas españoles? La irracionalidad parece apoderarse de la política española y catalana, y en ese caso los costes serían altos porque sin racionalidad será imposible tener gobiernos que aborden la asignatura principal y pendiente de España y Catalunya: adaptar el tejido económico a la globalización del siglo XXI para poder competir con Alemania... y con China. Con Corea y con Suecia.

Pero afortunadamente la irracionalidad no siempre vence. El martes vimos cómo Ada Colau dejó su uniforme de activista anticapitalista y cerró filas con Trias y Collboni para que Barcelona no pierda la capitalidad mundial del móvil. Es más inteligente que proclamar que el Gobierno de España tiene tirria a los catalanes. Entre otras cosas, porque Madrid también contribuyó a la capitalidad del móvil.

Otra muestra es la consulta de Unió a sus militantes en la que se ponen algunas condiciones de sentido común a la lucha por el máximo autogobierno: que se persevere en el diálogo con el Estado (y habrá que perseverar hasta la extenuación), que no se emprenda ningún «proceso constituyente» al margen de la ley y que se tenga en cuenta que en ningún caso Catalunya puede quedar fuera de la UE. El 'agit-prop' independentista estaba incendiado ayer por la mañana, pero luego el 'president' Mas -respondiendo a Miquel Iceta- aseguró compartir las condiciones que Unió desea imponer al 'procés'.

Si el móvil sirve para que Colau actúe como alcaldesa de una gran ciudad que debe competir en el mundo y el laborioso parto de Ramon Espadaler logra que Mas repiense algunas cosas, habremos dado un paso hacia la racionalidad. Quizá pasemos de la épica de la sublevación a la prosa del trabajo y la reforma. Menos excitante pero más fructífera. Más danesa y menos bolivariana.