Análisis

'El Gatopardo' azulgrana

ERNEST FOLCH

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Érase una vez un club a un marcador pegado. En la actualidad azulgrana no parece haber otro horizonte que el del fino e improbable hilo de la Liga del que pende todo el club. Son loables y hasta comprensibles los esfuerzos por vender como una resurrección la esforzada victoria contra el Athletic después de la Semana Trágica de la tres derrotas, pero a estas alturas de la película es absurdo pretender que lo circunstancial siga tapando lo fundamental.

Como el enfermo al que le cuesta aceptar su propia enfermedad, parece que en el club pervive una última esperanza de agarrarse a algún resultado provisional para aplazar la inaplazable revolución. La junta ha optado por volver a meterse dentro del caparazón y parece seguir con la creencia de que no es ninguna crisis estructural sino una simple tempestad que, como tal, amainará y se la llevará el viento. El entusiasmo mediático que mostraban los directivos para explicar la reforma del Camp Nou se ha vuelto un espeso silencio cuando el equipo se ha hundido, y solo tenemos noticias del presidente después de la tercera derrota para decirnos que no habrá elecciones, que Messi no se vende y que el cambio lo seguirá pilotando el extraviado Zubizarreta.

 

Las pocas señales de humo que nos llegan llevan el inconfundible sello del inmovilismo que ha presidido el mandato de esta junta descabezada. El enroque directivo pretende contrarrestar la sensación de grave provisionalidad que afecta al club en todos sus niveles y se basa en el viejo principio de capas de los regímenes que se tambalean: la guillotina será más implacable cuanto más abajo se aplique. Es decir, se echarán jugadores, se debatirá sobre el técnico, Zubi se salvará y de la junta ni se habla.

Pura supervivencia

La posición es tan legítima como escasamente creíble, porque cuesta imaginarse que la dirección técnica y los gestores que han llevado a la crisis actual sean precisamente los que encuentren las soluciones para superarla. No nos engañemos: los que durante unos días se pondrán la gorra de revolucionarios no lo harán por convicción sino por pura supervivencia. Como el príncipe don Fabrizio de El Gatopardo, que sueña con que todo cambie para que nada cambie, el Barça se dispone a dar un último giro lampedusiano a su lamentable temporada. Bajo este curioso ejercicio de funambulismo se esconde la auténtica tensión en el Barça actual. Dos fuerzas antagónicas, las de siempre, estiran el club en dos direcciones diferentes: vuelta a los orígenes o abandono del modelo.

En los próximas días nos distraerán con fichajes, nombres de entrenadores y varios globos sonda estrictamente deportivos, con la esperanza de que los calamares amigos distraigan con su tinta el único debate que importa, que es hacia dónde vamos y quién nos gobierna. En la selva culé, el socio deberá poner a prueba una vez más su madurez.