La rueda

El diseño malo nos inunda

JULI CAPELLA

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«Las chicas buenas van al cielo, y las malas, a todas partes», decía Mae West. Lo mismo pasa con el diseño: el malo está por doquier. Pero ya estamos acostumbrados y apenas nos damos cuenta. La imagen gráfica promocional del festival que se celebra estos días tiene guasa. Su eslogan es El diseño malo está por todas partes, el mejor diseño está en el FADfest. Se trata de imágenes de desastres cotidianos: el tetrabrik de leche que salpica al abrirlo, la puerta que roza con la taza del váter o un carril bici pintado justo sobre una hilera de árboles... Podríamos añadir muchos más horrores que desmienten la creencia generalizada de que vivimos entre demasiado diseño. Será del malo, cabría apostillar. Porque del bueno no hay tantos ejemplos.

Precisamente para identificarlos el FAD otorga sus premios de arquitectura, interiorismo, diseño industrial, artesanía, grafismo o moda. Para mostrar las rara avis que destacan por su excelencia, que no hay que confundir con estridencia. Aunque si analizamos los premios otorgados en los últimos 50 años encontraremos también grandes pifias, premiados que lo fueron por la efímera tendencia del momento o ausencias clamorosas de piezas que luego han demostrado su valía.

Aquí radica la magia creativa, en la imposibilidad de garantizar su bondad al nacer. Afortunadamente, no hay fórmulas seguras ni autores infalibles. Suele ser el paso del tiempo lo que otorga relevancia a ciertas propuestas, independientemente de su éxito estético o comercial. De momento seguiremos usando objetos que, como dice Fernando Amat, «mienten sobre lo que prometen»: cerrojos que no cierran, etiquetas que no se leen, maletas que no ruedan, auriculares que se enredan, paraguas que no se abren, ventanas que no cierran, grifos que gotean, lámparas que deslumbran, cremalleras que se abren... y además todo bastante feo.