IDEAS

El día de Ignatius

El personaje de 'La conjura de los necios' también merece un homenaje

RAMÓN DE ESPAÑA

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Cada año, cuando se acerca el 16 de junio y veo cómo mis amigos intelectuales se aprestan a celebrar el Bloomsday, se me pone una cara de zoquete considerable, ya que nunca he logrado llegar más allá de la página 50 del Ulises de James Joyce, pese a haberlo intentado tres veces. Es un baldón que arrastro con dignidad, pero me hiere. ¿Qué fue de aquel adolescente melancólico que se tragó los siete tomos de En busca del tiempo perdido?, me pregunto. ¿Por qué se ha convertido en un adulto incapaz de sumarse a los fastos anuales en honor de Leopold Bloom porque se aburre como una seta cada vez que se enfrenta a la traducción de Valverde del Ulises (en inglés ni me atrevo)?

Como no soy el único al que le pasa, agradezco la iniciativa de Cory MacLauchlin, biógrafo de John Kennedy Toole, que el pasado jueves celebró en Madrid la primera edición del Ignatius Day, en honor del protagonista de La conjura de los necios, el lúcido y descacharrante Ignatius J. Reilly, y hasta me ofrezco a Jorge Herralde para organizar algo en Barcelona el año que viene. Los zoquetes también tenemos derecho a divertirnos, y muestro mi disposición a celebrar también el Día de Jay Gatsby, el de Madame Bovary y hasta el del Capitán Trueno. Cualquier cosa antes que seguir encajando las sonrisas de suficiencia de los que vuelven del Bloomsday cual musulmán al regreso de La Meca. Eso sí, que no cuenten conmigo en Bath para la promenade en honor de Jane Austen, pues nunca me han sentado bien los vestidos estilo Regencia; ni para el día de Hans Castorp, pues ya dije que La montaña mágica me parecía un ladrillo sobrevalorado… Y a punto estuve de que Rafael Argullol dejase de dirigirme la palabra.

Ignatius merece un homenaje, entre otras cosas, porque su creador tuvo una vida infame y se acabó suicidando porque nadie quería publicar sus andanzas. Si su madre no llega a dar la tabarra como lo hizo, La conjura de los necios seguiría inédita y nos habríamos perdido cientos de carcajadas. ¿Montamos algo en nuestra querida ciudad, mi buen Jorge?

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