Urbanismo del pasado e imaginario moderno

El Barri Gòtic de Florensa

Deberíamos honrar al arquitecto que hace medio siglo rescató murallas y edificios medievales de Barcelona

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RAMON FOLCH

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A mediados de los 50 yo era un niño de 10 años. Un buen día vi aparecer, embelesado, la muralla romana y la parte trasera de la Casa de l'Ardiaca en la plaza Nova de Barcelona. Quedé fascinado: derribaban las casas y salía una muralla. No sé por qué, pero recuerdo sobre todo el derribo de la casa donde estaba la Cerería Butxaca, al lado del actual Col·legi d'Arquitectes. El Barri Gòtic me había atrapado.

Dirigía los trabajos Adolf Florensa, arquitecto municipal y padre del Barri Gòtic. Tal denominación -artificiosa e inexacta, porque el barrio, más que nada, es romano y renacentista- fue consagrada, en los años 20, por Joan Rubió Bellver, autor del puente neogótico de la calle del Bisbe, tan fotografiado por los turistas. Pero el padre del Barri Gòtic fue Adolf Florensa, arquitecto municipal de Barcelona desde 1921 hasta los 60. Florensa aportó sensatez al medievalismo imperante en el catalanismo modernista de Puig i Cadafalch o de Rubió, al tiempo que hacía de la necesidad virtud rescatando edificios que la apertura de la Via Laietana había condenado. Así, levantó un nuevo barrio viejo con componentes arquitectónicos auténticos.

En 1931, por ejemplo, salvó la Casa Clariana Padellàs (siglos XV-XVI), que habría sido derribada en la calle de Mercaders al construirse la sede del Foment del Treball, y la trasladó a la plaza del Rei, donde pasó a albergar el Museu d'Història de la Ciutat. Los anodinos edificios de la plaza de Sant Felip Neri destruidos por el bombardeo franquista del 30 de enero de 1938 fueron reemplazados por Florensa por edificios medievales recuperados y adaptados, en concreto los de los gremios de caldereros y zapateros, para configurar uno de los rincones más acogedores de la ciudad. Florensa reformó la Casa de la Ciutat, restauró el claustro de la catedral y las Drassanes convirtiéndolas en el Museu Marítim, replanteó la calle de Montcada, rescató la plaza del Rei y la muralla en la plaza de Ramon Berenguer (otra de las postales de Barcelona), restauró el palacio de la Virreina, el palacio Reial Major y su Saló del Tinell, así como el Hospital de la Santa Creu para instalar allí la Biblioteca de Catalunya (amén del monasterio de Poblet, la catedral de Vic y los castillos de Peralada y Mequinenza) y un largo etcétera.

Conocí a Adolf Florensa en los últimos años de su vida (1889-1968) porque estaba casado con una compañera mía de facultad, Concepció Comamala. Conxita, mucho más joven que él, fue su secretaria hasta que Florensa se jubiló. Conservo celosamente las publicaciones in folio que me regaló Florensa sobre sus proyectos y guardo el recuerdo emocionado de sus explicaciones, a mí, que por entonces era un joven ávido pero a medio formar. Y no me explico cómo a este hombre, a quien debemos el grueso del atractivo turístico de Ciutat Vella e incluso más, la materialización de su imaginario histórico, solo se le ha dedicado en Barcelona una simple calle menor en la zona universitaria de la Diagonal.

La reciente excavación del foso de las dos murallas romanas en la calle Sots-tinent Navarro, la fundacional y la del siglo III, pone el tema de renovada actualidad. Tal vez la avenida de la Catedral debería llamarse avenida (o plaza) de Adolf Florensa. La hizo él y lleva un nombre por defecto. La plaza de la Catedral era y es la plazoleta elevada que está delante de la catedral; la plaza Nova era y es la plazoleta que está ante el palacio episcopal; la avenida de la Catedral es otra cosa. Ostenta un no-nombre, y un no-nombre impropio, además, porque las avenidas conducen al lugar que dicen, en tanto que este espacio es más bien una plaza, especialmente desde que el tramo de Santa Caterina se llama Francesc Cambó. Pienso que debería llamarse plaza de Adolf Florensa y contar con un memorial que evocase, como complemento, la historia contemporánea del Barri Gòtic.

Otra posibilidad sería dedicar a Florensa la actual calle Sots-tinent Navarro. El subteniente Josep Navarro, juntamente con el funcionario de hacienda Joan Massana, el comerciante Salvador Aulet y los clérigos teatinos Joaquim Pou Joan Gallifa, tras encabezar un alzamiento contra la ocupación de Barcelona durante la guerra del Francés (o de la Independencia), sufrieron garrote el 3 de junio de 1809. Se refleja ello en el conjunto escultórico de Josep Llimona del monumento obra de Pere Benavent y Vicenç Navarro que está en la plaza  de Garriga Bachs, ante la puerta de Santa Eulàlia de la catedral, en la calle del Bisbe. Aulet, Pou, Massana y Gallifa tienen también calles dedicadas en Barcelona, de modo que descabalgar a Navarro no me parecería bien... Por eso creo que la opción de la avenida de la Catedral, con un memorial como el de Garriga Bachs, pero moderno, sería la mejor. Cuando menos, el memorial. Quien pueda decidirlo, que lo decida.