Al contrataque

Derrota

ANA PASTOR

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La primera vez que vi la imagen en las redes sociales pensé que estaba modificada. Era brutal. El color, la luz, las líneas del mar perfectamente delimitadas en cada ola. Hasta ahí parecía que esa imagen estaba tocada. Porque después veías a decenas de personas amontonadas en la barcaza. Decenas de personas mirando al cielo mientras cruzan el mar en mitad de la nada. Hombres, mujeres y niños buscando ayuda. Esta vez esa salvación llegó. Ese día de junio del 2014, la Armada italiana rescató la barcaza a 20 millas de la costa. La imagen ha ganado esta semana el prestigioso premio World Press Photo y esta semana se ha vuelto a repetir la tragedia, pero con peor resultado. Trescientas personas han desaparecido en la costa italiana cuando intentaban llegar en balsas hinchables desde Libia, huyendo del hambre, de la guerra, de la violencia. Y se ha confirmado la muerte de otras 29 por congelación cuando ya habían sido rescatadas. Murieron a bordo de las naves de la Guardia Costera. Hace poco que el Gobierno italiano anunciaba que ahorraba siete millones de euros eliminando parte de las operaciones de salvamento de su Ejército. El resultado no puede ser más doloroso.

Un discurso de humanidad

Y lo peor es que la tragedia ya lleva muchos capítulos, que se repiten cada año. La otra mañana escuché las palabras de la alcaldesa de la isla de Lampedusa mientras respondía a las preguntas del periodista Joan Solés de la Cadena SER. Sorprende cómo Giusi Nicolini articula un discurso político cargado de humanidad. Sorprende porque no habla desde la comodidad de un despacho ajeno al drama de la inmigración, sino desde un lugar en el que solo viven 5.000 habitantes y que recibe cada semana a decenas de personas en busca de un destino. «El destino de estas personas que desafían a la muerte -asegura- está estrechamente ligado al destino de Lampedusa, porque cerrar fronteras supone condenar a muerte a muchos seres humanos». Escucho esa voz dulce de la alcaldesa que entró en política por su defensa de la ecología. Tiene un contundente discurso, el de quien tiene autoridad moral. «Cuando nos llegan vivos, es un motivo de orgullo. Cuando hay que recuperar muertos o salvar inmigrantes que luego mueren congelados en naves de rescate, es una derrota total».

Me quedo con una pregunta terrible que la alcaldesa lanzó hace ya años a través de una carta enviada a las autoridades europeas. Una pregunta durísima por el silencio que viene detrás, una pregunta que es una bofetada a la conciencia de cualquiera que decide no hacer nada a pesar de la tragedia tantas veces repetida. La pregunta: «¿Cómo de grande tiene que ser el cementerio de mi isla para que alguien reaccione?».