Las concentraciones de los indignados

Democracia emocional

El esfuerzo de hacer los deberes mentales debería ser previo a plantar una tienda en la plaza

Democracia emocional_MEDIA_2

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SALVADOR Giner

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Solo los espíritus mezquinos o los cobardes crónicos podrían menospreciar a los ciudadanos que ordenadamente, cívicamente, pacientemente, se reúnen en tantas plazas públicas de toda España en una demostración tozuda de indignación contra el lamentable estado de la cosa pública. Nuestra enhorabuena, pues, y sin calificaciones a tanta gente buena y honesta. Hasta los incidentes registrados el viernes en la plaza de Catalunya no hubo ni un solo alboroto, ni los oportunistas de la interrupción violenta del orden público habían roto el civismo con el pretexto de que ellos sí que son antisistema.

Los públicamente indignados se han reunido no solo para manifestar su rechazo en una situación que encuentran intolerable (ciertamente lo es en muchos sentidos), sino también para pensar y debatir, así como para llegar a algunas propuestas. Las dificultades para lograr estos fines son considerables y ellos mismos lo saben. Espero que no entiendan que mis observaciones tienen ninguna intención de socavar sus aspiraciones.

La democracia emocional es necesaria para consolidar la democracia plena. Pero no es más que uno de sus componentes previos; hacen falta otros. La democracia es el uso público de la razón, lo cual significa que es deliberativa, que se desarrolla según las reglas de la proposición de soluciones, evaluadas y, si hace falta, rechazadas serenamente con argumentos contrarios. Ante esto hay que preguntarse si una manifestación en la plaza pública, por mucho que dure -y si las inclemencias atmosféricas no se oponen-, es suficiente para la naturaleza exigente de los debates. Todo intento reciente en Europa de crear una oposición extraparlamentaria o un foro popular alternativo ha fracasado porque no se daban estas condiciones. Está claro que nunca han fracasado del todo, en el sentido de que más de una vez las instituciones oficiales y formales de la democracia se han tenido que hacer eco de la desazón pública y de la miseria de la tendencia de su personal -los políticos y sindicalistas profesionales- a degenerar para convertirse en una oligarquía tan ufana como soberbia.

Habría que recordar, pues, a los indignados la importancia que tiene el pensamiento crítico y la que tiene informarse mínimamente sobre el estado del mundo. Hemos oído muchas afirmaciones, expresadas con la mayor buena fe, sobre el estado de la economía capitalista, el funcionamiento del Parlamento y la legitimidad de las leyes que sencillamente no se corresponden con la realidad. También hemos oído a algún manifestante quejarse de que «nuestros intelectuales» callan o no se han pronunciado. Naturalmente, hay un (pequeño) grupo de intelectuales, y unos cuantos de ellos pretenden serlo y son reconocidos como tales con cierta alegría, cuando su obra es superficial, mal copiada de otros y bastante vacía . Pero los hay muy respetables que hace tiempo que se pronunciaron y que incluso dicen cosas interesantes. Estoy convencido de que no siempre se los escucha ni lee, y que la gente, en general, si es que lee algo más allá de la novela, prefiere más comprar unbest-sellerde un autor venerable, que se vende por un par de euros y tiene una docena de páginas, que hacer esfuerzos no muy grandes, pero mayores.

El esfuerzo de hacer los deberes mentales tendría que ser previo al de salir a la plaza y plantar una tienda contra la manifiesta injusticia del mundo. El equivalente contrario del brindis al sol es la protesta contra las nubes.

Mientras tanto, una población desencantada con un Gobierno socialista indeciso -y ahora dividido- va girando hacia la derecha en las elecciones, preparando el camino para la triunfal llegada de la reacción al poder de aquí a poco tiempo. Será una aciaga victoria. Y no solo porque sea de derechas, sino muy claramente porque el Partido Popular aún no ha sido capaz de presentarnos un programa de gobierno, un proyecto general que podamos analizar, criticar y sopesar.

Algunos, en la izquierda, piensan que los indignados en las plazas públicas son sus aliados. Quizá sí. Pero en la medida en que no consiguen elaborar un programa viable, que supere la democracia emocional y la transforme en democracia efectiva dentro de los parámetros de aquello que es posible, están ayudando de paso a esta lamentable victoria.

La necesaria democracia deliberativa, racional y cívica, solo se puede desarrollar si se crean foros de discusión -si puede ser, bajo el cobijo de un tejado- y si estos se multiplican por todas partes. Con independencia de los partidos, si hace falta. Al margen de las miserias de los funcionarios partidistas y de los luchadores de escaños. Quien no esté contra las listas electorales cerradas ni a favor de una participación cívica efectiva y regular, no tendría que molestarse en participar en este necesario esfuerzo para renovar y relanzar la democracia que nos hace falta.

Presidente del Institut d'Estudis Catalans.