Del terror y sus orígenes

La república francesa se gestó a partir del terrorismo ideológico de Robespierre en favor de una pretendida regeneración moral y política

ANTONIO SITGES-SERRA

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La frase 'víctimas de Francia' tiene una doble acepción. En primer lugar, al oírla tras los atentados de París entendemos que se refiere a las personas heridas o asesinadas y a familiares y amigos. A todos aquellos que aleatoriamente, tal como ejerce el terror, vieron truncadas sus vidas por el fanatismo y la crueldad que le acompaña. De estas víctimas, prensa y medios en general se han ocupado exhaustivamente.

Pero la frase tiene una segunda acepción; a saber: víctimas de Francia en sentido literal, es decir, de Francia como nación y como historia. Y es que, no lo olvidemos, el terror tiene un origen galo. No la crueldad, no el fanatismo, no la guerra, que abundan desde tiempos inmemoriales. Hablo del terror como arma ideológica, como instrumento para imponer un credo político.

No es que lo diga yo. Me apoyo en la opinión de un respetado académico, estudioso del terrorismo suicida, Scott Atran, quien apunta a Maximilien de Robespierre como fundador de la prolífica saga de terroristas de todo cuño que han tratado de crear un hombre nuevo de la mano de una pretendida regeneración política y moral. Escribe Atran, en un brillante artículo publicado en 'Science': «el terror como uso sistemático de la violencia fue codificado por Robespierre durante la Revolución francesa». A continuación, Atran cita uno de los textos más conocidos del revolucionario francés: «el terror es una emanación de la virtud que proporciona una justicia inmediata, inflexible como consecuencia de la aplicación del principio general de la democracia a las necesidades más perentorias de nuestro país». No se lo pierdan: el texto en cuestión procede de una conferencia ante la Convención Nacional titulada 'Principes de morale politique' (¡manda huevos!).

La ilustración y las libertades republicanas

Recuerde el lector que durante el período de terror liderado por Robespierre, decenas de miles de franceses perdieron la vida en la guillotina jacobina con la interesada ayuda de un joven militar que estaba llamado a desplegar la ilustración y las así llamadas libertades republicanas por todo el continente europeo; me refiero naturalmente a Napoleón Bonaparte. Desde entonces el terror ideológico (Lenin, Bakunin, Stalin, Pol Pot) justifica el asesinato político y las purgas masivas. Además, el jacobinismo homogeneizador impregnó las políticas de muchas derechas europeas y de no pocas izquierdas, incluyendo la española, que a trancas y barrancas trata de desembarazarse del lastre centralista. Es significativo que socialismo y comunismo hayan abjurado de los postulados marxistas-leninistas pero aún me hubiera parecido mejor que hubieran abjurado primero de sus postulados jacobinos.

A lo que íbamos: las víctimas francesas. ¿En qué sentido lo pueden haber sido del terrorismo ideológico que alumbró su propia república? Total, dos siglos y medio tampoco es tanto tiempo. Y es que, visto lo visto, las revoluciones no suelen dejar muy buena herencia y acaban no siendo tales. Se comienza por cambiar el nombre de los meses del año y se acaba con un imperio de corta trayectoria y finalmente una restauración. Por más que Francia se reclame de los valores republicanos, las recientes apariciones y, en general, las actitudes del presidente Hollande se asemejan más a las de un monarca solar que a las de un líder socialista. Francamente, prefiero las vías inglesa o nórdica hacia la democracia por monárquicas que sean.

El retorno de la violencia colonial

Toda acción conlleva una reacción. Toda acción violenta conlleva una reacción violenta. Así nos habla la sabiduría de los siglos. Muchos políticos, desgraciadamente, no creen en el efecto bumerán de sus iniciativas ni prevén los retornos implcables. Pero ahí están, marcando hitos notables en la historia. Y no me refiero únicamente a la herencia de Robespierre sino también al retorno de la violencia colonial, al que siguió al interesado error de la guerra de Irak o las consecuencias de la hipocresía política de las potencias occidentales que arman a todos los ejércitos de Medio Oriente y que sustentan el autocrático régimen saudí.

Decía Cioran que el tiempo siempre nos hace ver el lado positivo de las catástrofes, sentencia que aunque podría interpretarse como heredera del más puro cinismo (no del de Diógenes, sino del malo), tiene un fondo de sabiduría bíblica. Lo positivo de la tragedia de aquellos que perdieron la vida en París es que su muerte nos obliga a una profunda reflexión sobre nuestros modos de hacer política, los pasados y los futuros. Lo mínimo que les debemos a todos aquellos que perdieron sus vidas a manos de la barbarie es repensarnos como civilización. Y para ello no es imprescindible, y probablemente tampoco necesario, sembrar de más bombas y más muertes los yermos campos y las arruinadas ciudades sirias.