El ataque a Médicos sin Fronteras

¿Daños colaterales?

El bombardeo de EEUU en Kunduz no solo causa víctimas: 300.000 personas se quedan sin hospital

ANTONI SERRA RAMONEDA

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La incorporación de las nuevas tecnologías al armamento que por tierra, mar y aire emplean las Fuerzas Armadas de Estados Unidos se ha traducido en un aumento considerable de la precisión con que alcanzan los blancos perseguidos. Pero no se ha llegado aún a la perfección, por lo que en los partes subsiguientes a un ataque suele constar una relación de los perjuicios causados a personas e instalaciones que no formaban parte del objetivo. Son definidos como daños colaterales. La eficacia de un ataque se define como la proporción entre los daños causados al adversario y los colaterales.

Aunque aún faltan algunos detalles, todo indica que en el reciente bombardeo de la ciudad afgana de Kunduz la eficacia, si no ha sido nula, como máximo alcanza un infinitésimo de segundo orden, como diría un experto en matemáticas. Porque han sido nada menos que 22 los muertos, entre ellos niños y miembros de Médicos sin Fronteras (MSF), y más de 37 los heridos civiles. Y una instalación hospitalaria, la única existente en la zona, arrasada. Por el contrario, parece que las bajas entre los talibanes -l'ennemi à battre-, si es que las ha habido, son reducidas. A los altos mandos estadounidenses les cuesta mucho explicar cómo pudieron cometer tamaña tropelía.

El general Campbell ha pedido excusas y prometido abrir una investigación para aclarar lo sucedido. Hasta ahora solo ha avanzado como tímida justificación que parece que unos insurgentes habían disparado en las proximidades del hospital a unos asesores yanquis de las fuerzas gubernamentales. Pero supervivientes del bombardeo niegan estos hechos. Alguna autoridad local ha denunciado que el hospital trataba sin distinción a heridos de ambos bandos, dejando entender que el castigo era merecido, aunque sin explicitar si también era buscado. El hecho de que a pesar desde los mensajes emitidos desde el centro atacado el bombardeo se prolongara largo tiempo permite sospechar que hubiera podido serlo. Hace falta ser muy desalmado y no tener conciencia del papel humanitario que desempeña el personal sanitario para defender, aunque sea en voz queda, este argumento. Por deontología, ningún profesional de la medicina puede negarse a prestar asistencia a quien la precisa.

Los daños colaterales no van a limitarse a los muertos y los heridos y al hospital destruido. MSF ya ha anunciado que se retira de Kunduz, una ciudad con más de 300.000 residentes. Dejará sin un hospital mínimamente digno de este nombre a toda una región que sufre una auténtica guerra civil que provoca muchas víctimas. La confianza de la población en el Ejército estadounidense para apagar el conflicto habrá descendido a mínimos y los talibanes habrán recibido una inyección de moral. Esperemos que la benemérita organización no decida retirarse completamente de Afganistán ante la inseguridad que sufren sus miembros, que ya han derramado bastante sangre en su misión.

Porque hace escasos días el prestigioso New York Times publicaba un artículo que describía la caótica y a la vez patética situación que vive aquel país después de la formación de un Gobierno supuestamente democrático y de unidad nacional que está incumpliendo todos los buenos propósitos anunciados. La mayoría de la población ya no espera nada de él y son legión los jóvenes que abandonan el país en busca de mejores perspectivas. Después de los sirios, los afganos son numéricamente el segundo contingente de este inmenso grupo trashumante cuyas penalidades contemplamos en la televisión.

Las calles de Kabul se han convertido en un gigantesco mercado callejero donde quienes se preparan para huir del país ofrecen la venta de sus enseres domésticos. Mientras tanto, las dos facciones que integran el mal llamado Gobierno de unidad, respectivamente encabezadas por el presidente Ghani y el primer ministro Abdullah, andan a la greña enzarzadas en zafias disputas para ver cuál mejor y más se aprovecha de la extendida corrupción que impera por doquier.

El panorama es sombrío y nadie ve la posible salida del atolladero. Los occidentales, y a su frente los estadounidenses, elaboraron un plan para hacer de Afganistán un país democrático e independiente y propiciaron la formación del Gobierno cuyas hazañas se han descrito. El plan parece abocado al fracaso. Pero si encima cometen desaguisados como el de Kunduz, que ha derramado sangre no solo de inocentes sino también de personas que voluntariamente pretendían paliar los sufrimientos de una población desesperada, la situación puede calificarse de agónica. No se puede pedir a MSF y a otras organizaciones más colaboración si al peligro que supone la guerra civil se añade el que nace del fuego supuestamente amigo.