Cuando las paredes son trampas

Hace 25 años incorporamos la palabra aluminosis aluminosisal diccionario de los abusos. Ese que contiene todos los términos que utiliza la avaricia para nutrir sus tripas a costa de los más débiles. Supimos entonces que había edificios enfermos, que el cemento se deshacía como los castillos de arena o como el bienestar de los que tienen menos. Supimos que el material utilizado llevaba décadas prohibido en Francia, mientras aquí se seguía utilizando. Faltaban viviendas y sobraban ganas de enriquecerse. También supimos que la aluminosis se había cebado en los barrios más modestos y que sus responsables, ¡oh sorpresa!, no rindieron cuentas por su codicia y siguieron engrosando sus beneficios.

Pasaron los años y seguimos añadiendo términos al diccionario oscuro. Así, llegó el día en que supimos que existen unas burbujas que no son etéreas ni bellas ni juguetonas como las pompas de jabón. Supimos que las constructoras se habían adueñado del país, que demasiados políticos se alimentaban en sus ubres mientras los bancos se unían a la fiesta con entusiasmo y la Administración nos animaba a comprar. Y también supimos que cuando las burbujas inmobiliarias se pinchan, un país entero se hunde, miles de familias quedan endeudadas de por vida y algunos, heridos mortalmente de impotencia, se sienten incapaces de seguir atrapados en el laberinto.

Los desahucios continúan. Y los pisos vacíos. Y las urbanizaciones que nacieron muertas. Un mapa marcado por la especulación, por su violencia y por unas víctimas estigmatizadas. La aluminosis mató. La burbuja inmobiliaria, también. Y ambas nos han enseñado que, a veces, las paredes se convierten en trampas. Durante años se nos ha burlado el derecho a la vivienda convirtiéndolo en un secuestro. El diccionario de los abusos sigue añadiendo nuevos términos.