UNA VISITA POLÉMICA AL PARLAMENT

Contra Arnaldo Otegi

Pedir perdón y mostrar arrepentimiento son imprescindibles para pasar la página del terror ocasionado por ETA

ilustracion  de leonard  beard

ilustracion de leonard beard / periodico

XAVIER BRU DE SALA

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Perdón y arrepentimiento. Estas son las dos palabras clave, imprescindibles para pasar página del terror ocasionado por ETA. En vez de pronunciarlas con todas las consecuencias y condenar las atrocidades cometidas, la izquierda aberzale se siente heredera de quienes causaron centenares de muertos que no tenían ni tienen ninguna justificación. Como si democracia y terrorismo no fueran, por principio, del todo incompatibles. Como si todo el sufrimiento infligido hubiera sido necesario para llegar a la situación actual. Es muy probable que la verdad se encuentre en las antípodas: con ETA liquidada decenios antes, el independentismo vasco no se reduciría hoy a menos de un cuarto de la población.

Si ETA dejó de matar no fue por falta de ganas o porque hubiera conseguido ninguno de sus objetivos, sino porque no podía más. La presión policial adelgazaba la organización hasta convertirla en grupuscular. El clamor social no cesaba de crecer. La lacra del terrorismo pasó a ser patrimonio del islamismo radical. El escenario del fin de ETA, unilateral y no negociado, es una derrota ignominiosa. El reverso del final del IRA a través de un pacto con el Estado que se puede calificar, con matices, de victoria irlandesa a medio plazo.

Arnaldo Otegi asumió el papel de Gerry Adams en Euskadi. En efecto, defendía en público el final de la violencia, pero pretendía, como el resto de etarras, que fuera a través de un pacto con concesiones. Las conversaciones no avanzaron porque ETA rompió la tregua con el atentado de la T4 de Barajas en diciembre del 2006. En consecuencia, el Estado democrático optó por el ahogo hasta la extinción, que es la vía que tuvo éxito. Aunque simule, Otegi no es artífice de la paz. Aunque empatice con algunas víctimas, no condena el pasado terrorista ni pide perdón. Por mucho que reparta lecciones a diestro y siniestro, por mucho que se haya autorevestido del aura de procurador de la paz, Otegi arrastra, y con cierto orgullo, la carga moral del pasado terrorista.

LA RETAHÍLA DE CULPAS DEL ESTADO

Que el Estado español y sus gobernantes no son del todo inocentes, es muy cierto. Es obligación de los cuerpos de seguridad y de la justicia proteger a los ciudadanos contra el terror, pero con los instrumentos de la democracia y la legalidad, que son muchos. En cambio, desde el GAL a los abusos de derecho y la manipulación de la justicia, la retahíla de culpas del Estado es más que notable. Aún con la condena inapelable que merece, si amontonamos los muertos de ETA en un plato y situamos los abusos del Estado en el otro, el peso de la balanza del mal etarra es infinitamente superior.

O sea que los exterroristas no son los más indicados para denunciar al Estado, aunque hayan pagado sus fechorías con penas de cárcel. Aunque hubieran mostrado arrepentimiento y pedido perdón, cosa que, hay que insistir porque es el punto clave, se han abstenido de hacer con la plenitud y solemnidad imprescindibles. Otegi se afana a compartir de alguna forma el dolor, pero se abstiene de decir que aquel horror no tenía justificación. Ni se arrepiente, ni pide perdón.

Por si fuera poco, en la entrevista de Jordi Évole y en la de Mònica Terribas, Otegi condecoró a ETA con la medalla del mérito del independentismo catalán y de la fuerza de la nueva izquierda atribuyendo estos movimientos al final de la violencia etarra o, de una manera intelectualmente más perversa y refinada, poniendo el final de ETA como condición necesaria para que se desencadenaran. Podría llevar la desfachatez hasta el límite y conminarnos a dar las gracias a ETA por haber propiciado el estallido del independentismo y las nuevas izquierdas con el final de la violencia armada. Por fortuna, los vascos le tienen la medida mejor tomada que una parte de los catalanes. Situar a un exterrorista como líder de la izquierda independentista vasca es una manera, en el fondo reivindicativa, de dar continuidad y legitimidad a ETA.

UN 'PROCÉS' CASI FOSILIZADO

Dicho esto, cada cual es muy libre de cerrar los ojos ante la evidencia de la falta de arrepentimiento, de tragarse el aura de pacifista y de hacer la ola al dirigente de la izquierda aberzale. Muchos se apuntan de buena fe, llevados por lo que ven como un enemigo común, el Estado español tildado de injusto y opresor. Pero el culto a Otegi no favorece nada la causa del soberanismo catalán, ampliamente y profundamente pacifista.

El 'procés' está encallado, casi fosilizado, y no son pocos los que buscan ocasiones para disimularlo a base de armar follón y sacar los gigantes a bailar. Entrevistar a Otegi es imprescindible, puesto que de otro modo no podríamos analizar la perversión moral de su discurso. Pero rendir a un exterrorista no arrepentido honores de héroe es un error grave que puede provocar desafección entre buena parte del electorado independentista.