Dos miradas

Conmover

JOSEP MARIA FONALLERAS

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Adrià Puntí es un personaje singular, pletórico, excesivo, tierno, inalcanzable, esquivo y amable, íntimo y extravertido, pensador y payaso a la vez. Los amigos que fueron a su último concierto en Girona -la presentación de su disco La clau de girar el taller- no paran de decir de él maravillas. Y no lo hacen desde la emoción hacia aquel que conocen y admiran (y a quien han perdonado a lo largo de los años las deserciones, sufriendo por las bajadas a los infiernos), sino porque Puntí es sencillamente un genio. También hablaba de él en estas páginas Jordi Bianciotto, que se refería a los «estancamientos y las dudas» del compositor y a los «conmovedores cantos al piano cargados de enigmática literatura autorreferencial». Puntí es todo esto, y lo es todo a la vez. La persona que ha visitado los rincones más oscuros y el artista que, sumergido en un interior a veces desolado, a veces ensordecedor, siempre oceánico, con enormes olas, montañas poéticas, consigue conmover. En el concierto se pudo ver al Puntí inseguro, que hace temer al público que la actuación quizá no llegará al final; al acróbata Puntí que intenta conservar el equilibrio, y finalmente, al Puntí caudaloso que inunda la platea con virtuosismo y bocanadas de sentido. El cantante sin etiquetas, libre y poseedor de un mundo secreto y enigmático, también familiar y naíf, quizá el músico más arriesgado del momento, ha vuelto. Con una llave que gira en la cerradura de la memoria y el deseo. Aleluya.