LA CLAVE
Concertado no es privado
Albert Sáez
Director de EL PERIÓDICO
Soy periodista. Ahora en EL PERIÓDICO. También doy clases en la Facultat de Comunicació Blanquerna de la Universitat Ramon Llull.
ALBERT SÁEZ
Flota en el ambiente catalán una creciente animadversión hacia los servicios públicos 'concertados' cuando no directamente un cierto odio y afán de venganza, especialmente en el ámbito de la educación y de la sanidad. La discusión académica sobre si el Estado debe prestar directamente todos los servicios que tiene la obligación de ofrecer a los ciudadanos es tan larga como inacabada. Desgraciadamente no estamos ante este tipo de debate sino ante una mezcla de adanismo, anticlericalismo y corporativismo que pueden acabar favoreciendo a las sanidad y a al educación, ahora sí, directamente 'privadas'.
Cada vez está más claro que los progenitores y las escuelas inmersas en el espíritu del mayo del 68 no han sabido transmitir algunas cuestiones fundamentales, entre ellas el fracaso monumental de las comunas o el origen del Estado del bienestar. Por ello, muchos jóvenes votantes y muchos nuevos gestores públicos ven en la escuelas y en los hospitales concertados un reflejo local del neoliberalismo que promovió la privatización de los servicios públicos en los años 90 del siglo pasado. Cuando la realidad es que buena parte de las escuelas y de los hospitales que hoy son concertados nacieron en los años 90 del siglo XIX como iniciativas sociales sin ánimo de lucro que se avanzaron en muchas poblaciones y en muchos ámbitos a un Estado del bienestar que ni estaba ni se le esperaba. En la mayoría de los países europeos, empezando por la Alemania de Bismark, se tomaron esas iniciativas como base para crearlo. Justo lo que hizo en los años 80 del siglo pasado la tan denostada sociovergencia. Si se trata de odiar y de destruir lo que tenemos al menos sepamos lo que estamos destruyendo.
A la ignorancia histórica se suma que muchas de esas instituciones tuvieron titularidad religiosa, de manera que arremeter contra ellas tiene esa punta anticlerical tan propia del populismo, desde Lerroux hasta Le Pen. Y el cóctel acaba con los maltratados funcionarios públicos que anhelan con recuperar la dignidad salarial a costa del fin de los conciertos. Pero, ¿quién dará el servicio una vez anulado el concierto? Seguramente empresas privadas puras y duras con ánimo de lucro igual como las petroleras se benefician del cierre de las nucleares.
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