Peccata minuta

Con el carnet en la boca

JOAN OLLÉ

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-Buenas, venía por lo del carnet de corrupto.

-¿Trae la instancia cumplimentada?

-No, era solo para informarme.

-Coja tanda y espere a que le llamen.

El hombre saca un papelito de una máquina instalada a tal efecto y se sienta en la sala de espera. Está atiborrada de gente. Pasan las horas hasta que finalmente alguien canta su número.

-Usted dirá…

-Mire, que estoy en el paro, he leído los periódicos y he pensado que podría ser una buena salida laboral.

-¿Tiene experiencia?

-Pues la verdad es que no. Hasta ahora he sido un ciudadano ejemplar, pero visto lo visto…

-¿No tiene ningún cargo público? Entonces lo tiene difícil.

-De momento me he afiliado a un partido, me han dicho que era el primer paso.

-Correcto. ¿De derechas? ¿De izquierdas? ¿Nacionalista?

-Izquierda radical: he leído en internet que en los otros ya no quedan plazas vacantes, que aquí encontraría menos competencia.

-Correcto. ¿Por qué especialidad querría optar?

-Había pensado en algo sencillo. Que si me pillan no salga en los periódicos, porque mi mujer no sabe nada: pequeñas comisiones de los proveedores de algún ayuntamiento o algo parecido.

-No se lo aconsejo, yo tiré por ahí y ya me ve: ocho horas al día detrás de este mostrador a cambio de una propinilla que usted me va a dar a cambio de colar su expediente por delante de los otros. Siga el ejemplo de los grandes. ¡Audacia, hombre, audacia!

-Sí, pero para eso hay que nacer…

-Ni lo piense. El corrupto no nace: se hace. ¿Piensa apuntarse a algún curso de formación del ministerio o la Generalitat?

-Estoy sin blanca. Pensaba hacerlo por libre.

-¿Y las prácticas?

-Podría entrenarme robando carteras, supermercados…

-¡No, hombre de Dios! Así no irá a ninguna parte: lo suyo es robar dinero público, mucho, y no el de un pobre desgraciado como usted. La cosa consiste en mearse en la boca de la gente habiendo tejido suficientes complicidades como para, si te pillan, poder acallar al denunciante o lanzar un displicente «no me consta» sin perder la sonrisa.

-¡Qué complicado me lo pone! Me parece que no sirvo. Yo solamente pretendía recuperar lo que me han robado hasta ahora, hacer las paces. Mire, me lo pienso y si acaso ya volveré.

-Por ser usted, se lo dejo en cien.

-¿Tiene cambio de quinientos?

-Correcto. (Saca un fajo de billetes). Y cuatro que hacen cinco. En paz. ¡El siguiente!

El hombre sale por la misma puerta por la que había entrado.