La nueva etapa del proyecto europeo

Compromisos innegociables

Es imposible no identificar a Juncker y al PPE con las medidas de austeridad que ha impuesto la troika

JAVI LÓPEZ

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Las elecciones europeas del pasado 25 de mayo han configurado un Parlamento Europeo más fragmentado que nunca poniendo en riesgo el avance del proyecto europeo. El Partido Popular logró una estrechísima victoria. El alto índice de abstención benefició el auge de partidos populistas y xenófobos, ocasionando terribles consecuencias: uno de cada seis diputados acuden a sus escaños con el objetivo de dinamitar el proyecto europeo. Con todo, la mayoría proeuropea acordó un reparto de tareas en los cargos institucionales del Parlamento para garantizar su funcionamiento.

Los resultados se explican en buena parte por la ineficaz y profundamente injusta gestión de la crisis económica que ha pivotado la holgada mayoría que ha tenido hasta ahora la derecha europea en todas las instituciones comunitarias. Una agenda basada en un cóctel económico y social demoledor: austeridad, devaluación interna (empobrecimiento vía salarial) y una política monetaria restrictiva. Todo ello ha estado decidido bajo mecanismos opacos y de baja intensidad democrática, y aplicado con entusiasmo por gobiernos como el español y el catalán. Con el pretexto de salvar el euro hemos acabado sacrificando a buena parte de los europeos.

Teniendo en cuenta el resultado de los comicios europeos y la falta de mayorías parlamentarias claras, recae sobre la socialdemocracia europea una enorme responsabilidad. La influencia de los socialistas europeos será en esta legislatura determinante. Especialmente por nuestra capacidad de interlocución y diálogo con otros grupos, que deberíamos reforzar con el resto de la izquierda, verdes y liberales.

Pero, ¿con qué objetivos? Primero, impulsar la recuperación económica con inversiones e incentivos fiscales y monetarios forzando una salida de la crisis centrada en el bienestar de los ciudadanos. Segundo, blindar las herramientas de progreso del Estado-nación del siglo XX situándolas ahora a nivel europeo: estándares laborales, salario mínimo interprofesional, protección por desempleo, servicios básicos garantizados, igualdad asegurada entre hombres y mujeres, armonización fiscal o un potente presupuesto federal. Tercero, ensanchar la democracia en Europa situando su corazón, el Parlamento, en el centro de nuestras decisiones ganando en transparencia y control por parte del ciudadano.

El pasado martes el Parlamento Europeo debatió y validó a Jean-Claude Juncker como presidente de la Comisión Europea. El Consejo de la UE lo designó previamente al tratarse del candidato de la lista más votada, pese a las dudas iniciales y el rechazo de Cameron. Ante la ausencia de una mayoría parlamentaria alternativa, buena parte del Grupo Socialista Europeo facilitó la investidura con el objetivo de consolidar el precedente de escoger al presidente de la Comisión mediante las elecciones europeas. A cambio, la nueva Comisión impulsará un plan de inversiones a través del Banco Europeo de Inversiones y la modificación del presupuesto comunitario, aplicará nuevos criterios de flexibilidad al Pacto de Estabilidad y Crecimiento para evitar más recortes en los servicios públicos, aumentará los recursos y la cobertura del combate contra el desempleo juvenil y, finalmente, se desbloqueará la directiva contra discriminaciones de género, origen u orientación sexual. Como representante de los socialistas catalanes no apoyé a Juncker. Lo dejé claro desde el principio. Tampoco lo hizo finalmente el resto de socialistas españoles. ¿Por qué? Las exigencias de la ciudadanía catalana ante Europa son hoy más grandes que nunca. Y así deben ser. Particularmente cuando se hacen desde profundas convicciones europeístas como las nuestras.

El sufrimiento causado por unas políticas impulsadas por la derecha europea durante la crisis han decantado el sentido de mi voto. Es imposible no identificar la candidatura de Juncker y el Partido Popular Europeo con las medidas de austeridad impuestas por la troika en los países que hemos padecido en primera persona sus dramáticas consecuencias sociales, pese a que ahora intenten autoenmendarse. Los socialistas estamos obligados a visualizar que somos la alternativa capaz de recuperar el alma de Europa. La idea de Europa. Un proyecto colectivo basado en compartir dignidad, justicia y derechos donde la solidaridad había sido siempre su motor.

Me comprometí ya durante la campaña electoral a no apoyar a Juncker. Un compromiso que nunca he dudado en mantener públicamente. Y para mí, los compromisos con la ciudadanía son innegociables.  Por eso cumplí mi palabra con los electores. Solo siendo coherentes y cumpliendo nuestros compromisos, podremos ganar en credibilidad y recuperar la confianza perdida de la ciudadanía.