Las hegemonías culturales

Comedia de servidumbre

La risa, habitualmente un arma contra el poder, es usada hoy por este para perpetuar su dominio

ORIOL ALONSO CANO

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A pocos años de irrumpir la muerte ante sus puertas, Henri Bergson dedicó parte de su pensamiento a estudiar la naturaleza de la risa y de lo cómico. Entre el ingente número de consecuencias que podrían colegirse de su indagación debe destacarse, a efectos de este artículo, una de ellas, a saber: la fuerza destructora para con el poder hegemónico que tiene la risa.

Lo cómico en general, y el acto de la risa en particular, se convierten en instancias efectivas que ponen en jaque la hegemonía impuesta por un poder determinado. No hay acto más contestatario que la mueca del rostro en el que se adivina la explosión de hilaridad que acarrea la risa. A través de ella se congela el orden del poder existente: las estructuras que impone lo hegemónico con la sagacidad de la virulencia y la autoridad se derriban con el simple ademán de la risa del sujeto.

Por ese motivo, estirando estas conclusiones autores como Patocka o Merleau-Ponty defienden el poder revolucionario de la comicidad. Incluso, si nos salimos del angosto ámbito de lo filosófico y, por ejemplo, nos vamos al mundo del séptimo arte, de la mano de directores como Chaplin, Lubitsch o Kubrick, por poner tres autores representativos, El gran dictador, Ser o no ser y Télefono rojo. Volamos hacia Moscú se erigen en tres muestras absolutamente representativas de cómo la comedia puede convertirse en una muesca de revólver implacable para con los dominios imperantes.

Ahora bien, este poder contra el poder de que goza lo cómico parece transfigurarse hoy en día con la actual dinámica histórica. Fruto de diversas circunstancias, que por cuestiones de espacio y tiempo no pueden tratarse, lo irónico, lo cómico o lo risible se ha erigido en uno de los mecanismos más eficaces que posee el poder hegemónico para, por un lado, rechazar cualquier crítica externa que se le plantee, y por el otro, perpetuarse en su posición privilegiada de dominio. Dicho en otros términos, una instancia que parecía ser absolutamente subversiva contra la analgesia generalizada que todo poder conlleva, en la totalidad de los ámbitos existenciales en los que campa a sus anchas, muta para establecerse en uno de los elementos perpetuadores del sistema hegemónico.

Para ejemplificar este hecho solo hace falta dirigir la atención, verbigracia, al ejercicio de presunta ironía que materializó el pasado 10 de abril el programa Els matins de TV-3 hacia la intervención que había realizado el día anterior Manuel Cruz, catedrático de Filosofía Contemporánea y presidente de Federalistes d'Esquerres, en ese programa, y que no estaba delante para defenderse de la sorna efectuada. Una muestra de cómo el poder ha succionado y metabolizado el agente externo que, hasta hace poco, constituía una fuente de potencial desestructuración de su dominio.