El silencio de Beckett

JORDI PUNTÍ

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Cuentan que Bob Dylan no coge el teléfono y la Academia Sueca se ha cansado de llamar para comunicarle lo del Nobel de Literatura. A día de hoy, tal vez se lo pensarían mejor a la hora de elegir una voz tan alternativa que ni siquiera se molesta en reconocer el premio. Y eso que estaban avisados: en 2007, Dylan no fue a recoger el Príncipe de Asturias y se excusó con una nota. De hecho, la situación me recuerda al año en que otorgaron el Nobel a Samuel Beckett, en 1969. A sus 63 años, Beckett ya había escrito sus obras más importantes, del 'Godot' al 'Molloy', del 'Watt' a los 'Días felices'. Era un autor de culto, tímido y poco dado a la vida pública: dirigía obras de teatro en París, por ejemplo, pero no iba a su estreno. Cuando recibió el premio, pues, Beckett no fue a recogerlo y en su lugar envió a su editor, Jerôme Lindon. 

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Los detalles de esos días, la angustia de Beckett ante el premio y lo que le venía encima, son ahora más conocidos porque se ha publicado el cuarto volumen de su correspondencia, que va del 1966 al 1989, año de su muerte. “Me resulta imposible escribir o hablar de mi obra”, dice en más de una ocasión, cuando recibe cartas de lectores entusiastas y todavía encuentra el ánimo para responderlas. El premio Nobel agrava su desconfianza natural en todo lo que queda fuera del texto, y ese reconocimiento repentino a nivel mundial sólo puede perjudicarlo. Es casi una ofensa: “Espero que mi obra me perdonará y me permitirá que me acerque a ella de nuevo”, escribe. Puede que sea culpa del premio o no, pero lo cierto es que su obra posterior, escasa, es sobre todo un viaje hacia la imposibilidad de la comunicación y el silencio.

Estoy tentado de creer que el silencio de Dylan tiene unas raíces parecidas y que tantos años de éxito le ha llevado a la saturación extrema. Me lo hace pensar una anécdota que ha corrido estos días. Bob Dylan y Leonard Cohen van en coche y suena una canción del primero en la radio. Cohen le dice que es el número uno, a lo que Dylan replica: “No, Leonard, tú eres el número uno. Yo soy el número cero”. Para Dylan el cero era un punto de partida, para Beckett era el punto final.